Sólo poseemos noticias ciertas acerca de su muerte y de su solemne canonización -por parte del mismo Jesucristo-, no repetida en la historia de la Santidad.
“Y con Él crucificaron dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda de Él. Y fue cumplida la Escritura que dice: Y fue contado entre los inicuos.
“Uno de los malhechores le insultaba diciendo: ¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y a nosotros.
“Más el otro, respondiendo, le reconvenía diciendo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas Éste nada ha hecho; y decía a Jesús Acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza.
“Díjole: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Marcos 17, 27s. y Lucas 23, 39-43).
Como hemos indicado al principio, nada más sabemos de San Dimas con certeza histórica, pues son unas actas, aunque muy antiguas, apócrifas las que iniciaron la leyenda sobre el mismo, que todos hemos oído relatar alguna vez.
La Sagrada Familia, según nos narra la Biblia, se vio obligada a huir a Egipto, debido al peligro que corría la vida de Jesús, por la persecución de los niños menores de dos años que Herodes el Grande había decretado.
En cierta ocasión en que los soldados del rey -y empieza aquí la narración apócrifa- estaban sobre la pista de la Familia Santa, y cuando ya les andaban muy cerca, José y María encontraron una casa en la que fácilmente se podrían esconder, si les dejaban entrar.
Esta casa era la que habitaba Dimas con los suyos. José les pide que los escondan, pues los soldados del rey con sus caballos, mucho más veloces que el sencillo borrico que montan, ya casi les dan alcance. Pero los habitantes de aquella casa se niegan a ello.
En este momento sale el joven Dimas, que seguramente por su carácter y decisión gozaba entre sus camaradas de gran autoridad, y dispone que se queden y les esconde en un lugar tan oculto que la policía romana no consigue descubrirlos, ni puede detenerlos. Jesús promete a Dimas, agradecido, que su acto no quedará sin recompensa, y le anuncia que volverán a verse en otra ocasión y aún en peores condiciones, y entonces será Él, Cristo, quien ayudará a su benigno protector.
De este modo terminan su narración las actas apócrifas. Explicación suficiente, sin embargo, para observar en ella una diferencia total entre las leyendas atribuidas a Jesús, y la sobriedad evangélica, aun en los momentos más sublimes en que para confirmar su doctrina, Jesucristo obra algunos de sus milagros. Por esta razón nos ceñiremos a continuación al relato evangélico, Palabra Viva, que nos conduce a importantes enseñanzas.
¿A qué fue debida la conversión de Dimas, un ladrón, un malhechor, que seguramente en toda su vida no había visto a Jesús, aunque hubiera oído hablar de Él, como de alguien grande, misteriosamente poderoso y enigmático para muchos?
Porque en la cruz, Dimas se nos presenta ya convertido, como creyente en la divinidad de Cristo: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?”.
Un autor moderno atribuye la conversión de Dimas a la mirada de Jesucristo, la mirada clara de Cristo; en su cara abofeteada, escupida y demacrada, la mirada que había obrado tantos prodigios y que convertía al que se adentraba en ella con corazón limpio, en seguidor y discípulo...
Y el corazón de Dimas debía ser limpio, a pesar de todos sus delitos. Inclinado al robo quizá por circunstancias externas, circunstancias tal vez de tipo social, había sabido conservar, empero, cierto cariño a los que le rodeaban, y un respeto sincero a sus padres y a las vidas de los demás.
Y Dios, por la Sangre de su Hijo que estaba a punto de derramarse, le premiaba lo bueno que había hecho y le perdonaba lo malo. Y en su Amor insondable -Dios es Amor- le había concedido las gracias suficientes y necesarias para aquel acto profundo de fe.
Y a continuación el gran acto de sometimiento a la Voluntad de Dios y a la justicia de los hombres: “Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos”; y después, en aquellos momentos solemnes, alrededor de los cuales gira toda la Historia, quiera el hombre reconocerlo o no, la petición confiada, anhelante a su Dios, que por él, con él y también por nosotros moría en una cruz: “Acuérdate de mí, cuando vinieres en la gloria de tu realeza”.
Y de labios del mismo Cristo oye Dimas las palabras santificadoras: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
He aquí un Santo original: hasta poco antes de morir, un ladrón, un malhechor, de familia seguramente innoble, sin ningún milagro en su haber, que puede ser, para nosotros, un magnífico tema de profunda meditación.
— ACI Prensa
El 3 de marzo, la Iglesia celebra la fiesta de Catalina Drexel, una nativa de Filadelfia que abandonó la fortuna de su familia para fundar una orden de hermanas dedicadas a servir a las empobrecidas poblaciones afroamericanas y nativas americanas de los Estados Unidos.
Santa Catalina Drexel nació el 26 de noviembre de 1858 en la acomodada familia Drexel de Filadelfia. A pesar de su riqueza, la familia era muy piadosa y le enseñaron la caridad desde una edad temprana. Su madre abría la casa familiar tres veces por semana para alimentar y cuidar a los pobres, y su padre tenía una profunda vida de oración personal.
Durante los meses de verano, Katharine y sus hermanas impartían clases de catecismo a los hijos de los trabajadores de la finca de verano de su familia.
La joven heredera se planteaba la vocación a la vida contemplativa cuando se le presentó la oportunidad de viajar a Europa y tener una audiencia con el Papa. Durante la audiencia, pidió al Papa León XIII que enviara misioneros a Wyoming. Él respondió preguntándole el por qué no fundó una orden para hacer exactamente eso.
A su regreso a casa, Catalina comenzó a trabajar como laica para mejorar las condiciones y la educación de los afroamericanos y los nativos americanos. Con el tiempo, su trabajo la llevó a fundar las Hermanas del Santísimo Sacramento, que se dedican a compartir el mensaje del Evangelio y la vida Eucarística con los afroamericanos y nativos americanos.
Durante su vida, supervisó la apertura y el mantenimiento de casi 60 escuelas y misiones, la mayoría de las cuales estaban ubicadas en el oeste y suroeste de los Estados Unidos.
Desde los 33 años hasta su muerte en 1955, dedicó su vida y una fortuna de 20 millones de dólares a este trabajo. En 1894, participó en la apertura de la primera escuela misionera para nativos americanos en Santa Fe, Nuevo México. Rápidamente siguieron otras escuelas, para nativos americanos al oeste del río Mississippi y para afroamericanos en el sur. En 1915 también fundó la Universidad Xavier en Nueva Orleans.
Al momento de su muerte había más de 500 hermanas enseñando en 63 escuelas de todo el país.
Se vio obligada a jubilarse durante los últimos 20 años de su vida después de haber quedado debilitada por un grave ataque cardíaco. Aunque no pudo liderar activamente la orden, dejó a las hermanas su carisma de amor y preocupación por las misiones.
Murió el 3 de marzo de 1955 y fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.
Santa Catalina Drexel jugó un papel fundamental en la creación de la Abadía de Belmont.
En 1892, el Abad Leo Haid, fundador de la Basílica María Auxiliadora, más conocida como Abadía de Belmont, se propuso construir una catedral. Sin embargo, en el verano de 1893 el proyecto se quedó sin fondos. Con la ayuda del Padre Francis Meyer, entonces párroco de la Iglesia San Pedro en Charlotte, el Abad Haid pudo conseguir un donante.
Esa donante fue la Madre Catalina Drexel, y su donación a Belmont Abbey vino con una condición: la nueva iglesia tenía que tener una cantidad adecuada de bancos para uso exclusivo de los afroamericanos.
El Abad Leo Haid también reconoció la importancia de acabar con “los desagradables prejuicios contra las personas de color”.
Entonces, le escribió a la Madre Drexel y le dijo que no veía “ninguna razón por la cual no debería aceptar con gratitud su generosa oferta”. En 1904, cuando visitó la Abadía de Belmont, encontró una hilera completa de bancos a lo largo de la iglesia exclusivamente dedicada a afroamericanos.
Los bancos se utilizan hoy en la iglesia y se conservarán mientras la Iglesia de San Pedro se renueve el próximo año.
A finales de la década de 1890, Santa Catalina también donó fondos para construir la Iglesia San Benito en Greensboro, nuevamente con la condición que se reservaran varios bancos para los afroamericanos. En el lado izquierdo del santuario, hoy se encuentra una hermosa estatua de Santa Catalina Drexel, en honor a su ayuda a la parroquia y su vida de servicio a los demás.
— Catholic News Herald