Una devoción que trasciende fronteras
Cada 9 de julio se celebra la advocación mariana de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que fue proclamada por el Papa Pío VII en 1829 como Patrona de Colombia otorgándole su propia fiesta litúrgica, y que posteriormente en 1919 fuera coronada canónicamente luego que el Papa Pío X firmara su decreto.
Patrona y reina de Colombia, del Estado Zulia en Venezuela y de la ciudad de Caraz en Perú, la devoción de la Virgen ha llegado hasta Madrid, España, en donde desde 2004 se celebra una fiesta a ‘la chinita’ cada 18 de noviembre, con Misa y serenata gaitera.
El Santuario de la Patrona de Colombia, declarado Basílica en 1927 por el Papa Pío XI, es visitado todos los años por miles de fieles, en especial durante esta fecha.
En esta Basílica se encuentra el lienzo con la imagen de Nuestra Señora custodiado por los dominicos. La imagen muestra a la Virgen María en su advocación del Rosario y la acompaña San Antonio de Padua y San Andrés el Apóstol.
El lienzo pertenece al arte colonial colombiano más antiguo y es una manta de algodón de más de un metro en un marco con placas del escudo nacional, las diócesis del país y de los padres dominicos.
La palabra Chiquinquirá significa lugar de nieblas y pantanos. Esta ciudad se ubica en el departamento de Boyacá en la región andina del país, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar.
Los recientes pontífices canonizados San Juan XXIII y San Juan Pablo II tienen una cercanía a esta advocación. San Juan XXIII por ejemplo con la intención de pedir por la buena realización del Concilio Vaticano II, en 1960 ofrendó por medio del Nuncio Apostólico del país, un cirio de purificación para ser encendido frente a la imagen mariana.
En 1986, San Juan Pablo II visitó la Basílica y consagró Colombia a la Virgen María, pidiendo que conceda “el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos. Que cese la violencia y la guerrilla. Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica. Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad”.
El siete de septiembre de 2017, durante su visita pastoral a Colombia, el Papa Francisco oró frente a la patrona de Colombia, a la que dedicó diez minutos de oración en silencio y luego recitó junto a los fieles las Letanías a la Virgen María.
En el libro de visitas a la Catedral escribió: “Desde esta catedral primada le pido a la Inmaculada Virgen María que no deje de guiar y cuidar a sus hijos colombianos y que siempre los mire con sus ojos misericordiosos. Francisco”.
Origen colonial
La historia de la imagen se remonta a hace cuatro siglos, cuando don Antonio de Santana, encomendero de los pueblos de Suta y Chiquinquirá, solicitó al español Alonso de Narváez que pintara una imagen de la Virgen del Rosario para colocarla en una pequeña capilla.
La pintura fue realizada sobre una tela de algodón de procedencia indígena. Media 44 pulgadas de alto por 49 de ancho.
Alonso de Narváez usó colores al temple, realizó una imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús, y a los lados puso al Apóstol San Andrés y a San Antonio de Padua.
El cuadro fue ubicado en la capilla que tenía don Antonio en Suta. Estuvo allí durante más de una década, pero la capilla tenía el techo de paja, lo que provocó que la humedad deteriorara la pintura hasta dejarla borrosa.
Tras la muerte de Santana, su viuda se trasladó a Chiquinquirá entre los años 1577 y 1578. La imagen fue llevada a ese lugar, pero se encontraba en tan mal estado que fue abandonada en un cuarto, una habitación que tiempo atrás había sido usada como oratorio.
Al comenzar el año 1586, se estableció en Chiquinquirá una piadosa mujer, María Ramos, nacida en Sevilla, España. La señora reparó el viejo oratorio y colgó en el mejor lugar de la capilla la deteriorada pintura de la Virgen del Rosario.
El día 26 de diciembre de 1586, María salía de la capilla cuando pasó frente a ella una mujer indígena llamada Isabel y su pequeño hijo. En ese momento Isabel gritó a María “mire, mire Señora”. Ella dirigió la mirada hacia la pintura, la imagen aparecía rodeada de vivos resplandores. Sin explicaciones, los colores y su brillo original reaparecieron, mientras que de los rasguños y agujeros de la tela no quedaban rastro.
Con este sorprendente episodio se inició la devoción a la Virgen de Chiquinquirá.
— Condensado de Aciprensa