‘Tenemos mucho que agradecer’
CHARLOTTE —Las lágrimas caen por las mejillas del venezolano Orlando Antonio Lugo, 39 años, casado, con dos hijos, al recordar los difíciles momentos que debió afrontar como inmigrante recién llegado a los Estados Unidos.
Orlando, su esposa Suhail Méndez, embarazada con ocho meses de gestación, y sus dos hijos, Orleand Josué de 10 años y Odland Saúl de nueve, residen desde hace unas semanas en un pequeño apartamento localizado en la zona este de Charlotte, donde han asentado su hogar y día a día luchan juntos para salir adelante ante los retos que se les presentan.
Orlando llegó hace siete meses a New Jersey, obligado por la terrible situación que atraviesa su país, dejando en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, Venezuela, a su esposa e hijos, con la esperanza de trabajar y abrir camino para el reencuentro familiar en Estados Unidos.
Después de trabajar en restaurantes, un amigo lo invitó a trasladarse a Charlotte, Carolina del Norte, donde “había mejores oportunidades de trabajo”. Lamentablemente, a poco de instalarse en Charlotte, su amigo dejó la habitación que compartían y desapareció.
“No supe qué hacer. No conocía a nadie, no tenía trabajo, no conocía el área. Pero me dije que si quería traer a mi familia no me podía quedar sin hacer nada”, relata, por lo que puso manos a la obra se lanzó a buscar trabajo.
DÍAS FELICES
La experiencia laboral de Orlando estaba relacionada con logística y almacenes. En Venezuela trabajó para una empresa grande, Polar, donde disfrutaba de una buena posición y excelentes beneficios.
Su esposa, Suhail, laboraba en una compañía farmacéutica transnacional. Juntos pudieron instalar un floreciente negocio de carnicería.
Todo marchaba sobre ruedas, hasta que la economía del país se derrumbó y los sueldos que recibían mensualmente no alcanzaban ni para comprar el desayuno.
El control oficial que impuso precios irreales en la carnicería y la corrupción de los oficiales controladores trajo abajo el negocio que no tenía forma de generar utilidades.
Orlando, dirigente sindical en su trabajo, comenzó a sufrir persecución por su papel en defensa de los trabajadores. Ahora no solo no había qué comer, sino que también estaba en riesgo su vida y la de su familia. “Tenemos que irnos”, decidieron ambos.
Suhail hizo un arreglo con su empleador y renunció. Orlando, habiendo trabajado en la misma empresa por 17 años, recibió ochenta dólares por concepto de beneficios laborales.
Después de vender sus posesiones, Orlando viajó a Estados Unidos con una billetera vacía, pero con el corazón lleno de esperanzas.
SINSABORES
“Yo soy trabajador”, asegura Orlando, “no le tengo miedo al trabajo fuerte y haría todo, lo que fuera por mi familia”. Sin embargo su buena voluntad no era suficiente y, después de trabajar por una o dos semanas, lo despedían de los trabajos de construcción por falta de experiencia.
“Ser principiante, no saber el oficio, ser discriminado, todo eso lo viví, y me angustiaba saber que mi familia seguía en Venezuela y no la podía ayudar”.
Después de resolver que era el momento de que su familia se reuniera con él en Estados Unidos, una persona lo contrató para trabajar en la remodelación de 20 unidades de vivienda.
“Trabajé dos semanas de 6 de la mañana a once de la noche. Eran dos mil dólares con los que esperaba contar para pagar los pasajes de mi familia. Acepté no cobrar la primera semana porque para mí era como estar ahorrando”, nos cuenta.
Al terminar la obra la desilusión fue tremenda. El contratista nunca le pagó a Orlando, quien perdió tiempo, dinero y, lo peor de todo, la esperanza.
Sin embargo, la pareja pudo conseguir el dinero para pagar los boletos aéreos de la familia hasta Miami. Orlando iría a buscarlos a Florida en autobús.
La incertidumbre era tremenda. Suhail y sus niños, con visado de turista, podrían ser devueltos a Venezuela en caso de despertar alguna duda en los oficiales de inmigración. Suhail fue interrogada “en el cuartito”, un espacio de interrogatorio personal que los agentes migratorios utilizan para cuestionar con mayor profundidad a algunos visitantes.
“Yo ya pensaba que si regresaban a mis hijos y a mi esposa me regresaba para Venezuela, sin importar lo que tuviera que hacer para mantenerlos allá”, dijo Orlando
Pero quiso Dios que tras el interrogatorio, al que siempre Suhail respondió con la verdad, permitieran su ingreso con la condición que, a los diez días, regresara a Venezuela. Los planes de la pareja cambiaron y, de inmediato, consumieron gran parte de sus ahorros contratando un abogado en Miami para pedir asilo.
MUCHO QUE AGRADECER
Pero llegar a Charlotte, aunque con un proceso todavía duro de adaptación, ha sido una bendición.
Poco a poco han mejorado las condiciones de vivienda, han encontrado ayuda con amigos y organizaciones, se han relacionado socialmente y, lo mejor de todo, Orlando ha encontrado trabajo estable en una compañía de pintura de propiedad de una “gran y generosa persona de origen mexicano que me ha extendido la mano”.
Sus hijos se están adaptando fácilmente a la escuela elemental a la que asisten, donde los han incluído en el equipo de béisbol. El bus escolar pasa por la puerta del condominio y el parque deportivo está a solo unos pasos de casa.
Además, la niña que lleva en el vientre Suhail debe nacer la primera semana de diciembre.
Este año será el primero en el que celebrarán el Día de Acción de Gracias y, con todo lo sufrido, Suhail nos dice que tienen mucho que agradecer. “¡A cuántas personas las detienen en inmigración y no pasan! Tenemos que agradecer a Dios por lo que tenemos, por nuestra salud, por la familia, por la generosidad de muchas personas de la comunidad que nos han ayudado a estar donde ahora estamos. Y es también una excelente ocasión para pedir por lo que viene, por los que no están con nosotros”.
Orlando afirma que está contento de vivir en un país “muy organizado donde la ley se cumple”. Pese a estar agradecidos con los Estados Unidos, esta hermosa familia espera, algún día, regresar a Venezuela, su casa y verdadero hogar.
— César Hurtado, Reportero Hispano