CHARLOTTE — El pasado sábado 1 de junio, la Congregación de la Misión Vicentina celebró la ordenación sacerdotal de dos diáconos, Luis Romero, CM, y Leo Tiburcio, CM, los primeros dos hombres ordenados como sacerdotes vicentinos en la Provincia del Este desde 2010.
El hecho tuvo lugar en el Santuario de la Medalla Milagrosa en Filadelfia, Pennsylvania.
El Reverendo Alfonso Cabezas, CM, obispo emérito de Villavicencio, Colombia, presidió la ordenación que marca la culminación de diez años de riguroso estudio teológico, instrucción en la espiritualidad vicentina y trabajo en los ministerios vicentinos en toda la Provincia Oriental.
Los dos hombres trabajaron intensamente para vivir las enseñanzas de San Vicente de Paúl en sus ministerios de ayuda a los pobres.
La primera asignación de Leo Tiburcio como sacerdote vicentino será en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte, Carolina del Norte, donde descubrió su vocación de servicio sacerdotal.
Leo Tiburcio Ordaz nació en 1978 en Santa María Zacatepec, Cholula, Puebla, México.
Tercero de los nueve hijos de Felipe Tiburcio y Herlinda Ordaz, emigró en 1994 a Nueva York, donde por más de seis años trabajó en restaurantes turcos hasta que el atentado terrorista a las torres gemelas terminó con su trabajo.
En 2001, en búsqueda de nuevos horizontes, viajó a Atlanta, donde se instaló por dos años y continuó su trabajo en el área de restaurantes. A finales de 2004 pidió su traslado a Charlotte, donde buscó una iglesia local para practicar su fe. El camino marcado por Dios lo guió hasta la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe.
Después de participar en un retiro de hombres e ingresar al grupo juvenil de la iglesia, un sábado recibió la invitación del Padre Vicente Finnerty para ingresar a una casa de discernimiento.
Su respuesta fue rotunda: “Padre, yo no quiero ser sacerdote, yo más bien quiero casarme y tener hijos”. Sin embargo, después de avances y retrocesos, ingresó en 2005 a la casa de discernimiento, sólo para dejarla al cabo de seis meses.
Enfermo de estrés decidió regresar para recibir clases de GED e inglés y vivió en la casa por 14 meses. Una nueva duda se le cruzó en la mente y volvió a dejar la casa, retornó al trabajo e inició una relación.
Cada vez más confundido decidió hablar nuevamente con el Padre Vicente. “Dios te está llamando para una vocación que no es el matrimonio, pero tu eres libre de decirle sí o no”, le dijo el pastor. A los dos meses le pidió regresar, pero esta vez sería en serio, decidió ir al Seminario Menor en Nueva York.
En 2014 se trasladó a Filadelfia donde concluyó sus estudios y pronunció sus votos temporales. En 2018 ofreció sus votos perpetuos y fue ordenado diácono. El resto es una historia breve. Tras su ordenación sacerdotal en compañía de numerosos amigos llegados desde Charlotte, su pastor guía, el Padre Vicente y hermanos vicentinos, el domingo 2 de junio celebró su primera misa en la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, escoltado por los Padres Vicente, Hugo Medellín y Gregorio Gay.
El Padre Vicente Finnerty ofreció la homilía, su última homilía frente a los feligreses que lo acompañaron por más de dos décadas. En ella dio numerosas recomendaciones al flamante Padre Leo, bromeó con él y saludó la presencia de su familia.
Casi al término del servicio litúrgico, el Padre Leo dirigió unas breves palabras a los asistentes.
Después de agradecer “a todos ustedes por la jornada de fe que han puesto hacia mi”, desde que llegó a la parroquia en 2004, reconoció el apoyo de sus padres que le inculcaron la fe “desde casa” y, en especial, al Padre Vicente que “empezó la fe en mí”.
Minutos después mostró una tarjeta de saludo que le regaló la congregación en 2009, cuando lo despidieron en su partida al seminario. “Hay muchas cosas bonitas que me dicen acá, sus oraciones, su apoyo”.
Luego, sacando un paño blanco del bolsillo, dijo que se trataba del maniturgium, una toalla de lino blanca que los recién ordenados utilizan para limpiarse el óleo que el obispo pone en sus manos. “Cuando mi mamá llegue a la presencia de Dios y Dios le diga ‘te he dado vida, ¿qué me diste tu?’ Entonces, ella va a sacar este pañuelo y le dirá ‘te he dado a mi hijo’ y pues… mamá”, dijo emocionado antes de salir al encuentro de su madre que escuchaba llorando las palabras que su hijo le dirigía. Ambos se fundieron en un enternecedor abrazo.
Después de concluir la Misa, el Padre Leo recibió el saludo de los fieles y compartió un almuerzo que ofreció la parroquia.
— César Hurtado, Reportero hispano