El próximo 23 de agosto la Iglesia Universal celebrará la fiesta de Santa Rosa de Lima, patrona del Perú, América y Filipinas, aunque en su tierra natal, Perú, la fiesta se celebra el 30 de agosto, día feriado nacional.
Santa Rosa, nacida en Lima en 1586 y bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva, fue la primera mujer americana declarada santa por la Iglesia Católica.
La historia cuenta que su madre, al ver que la carita de su bebé se volvía sonrosada y hermosa como una rosa, empezó a llamarla con ese nombre.
Se dice que la niña estaba un día rezando ante una imagen de la Virgen María y le pareció que el niño Jesús le decía: “Rosa conságrame a mí todo tu amor”. Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo.
Al ser tan hermosa, para evitar ser tentación de nadie, se cortó el cabello, se propuso llevar el rostro cubierto con un velo y declaró a su familia que renunciaba a todo matrimonio, por brillante y económicamente conveniente que fuera.
Más adelante conoció a las terciarias dominicas, pidió ser admitida y la aceptaron. Tomó como modelo a la terciaria dominica más famosa, Santa Catalina de Siena, y logró de manera admirable imitarla en muchos aspectos.
Se dice que el demonio la atacaba constantemente. En el templo que lleva su nombre, ubicado en el centro de la ciudad de Lima donde vivió la santa, todavía se exhibe los restos de un árbol limonero seco. Ahí se dice se escondió el demonio que la atormentaba, provocando que el frutal se secara en el acto.
También se conserva una ermita que la misma santa construyó, en donde se recluía por largos períodos de tiempo, durmiendo sobre duras tablas, con un palo por almohada.
Cada 30 de agosto llegan en peregrinación hasta el templo limeño miles de fieles de todas partes del país inca y el mundo.
Es costumbre escribir una carta solicitando la intercesión de Rosa de Lima para recibir infinidad de favores. Las misivas se depositan en un pozo seco, con la esperanza y fe que la santa atenderá los más difíciles pedidos.
El 24 de agosto de 1617, a los 31 años, después de terrible agonía, expiró Rosa de Lima con la alegría de ir al encuentro del amadísimo Salvador.
A despedir a la santa acudieron multitudes. Recibió el homenaje de autoridades eclesiásticas, políticas y el pueblo al que siempre atendió. Después la sepultaron en una de las paredes del templo.
En 1667 fue beatificada por Clemente IX, y canonizada en 1671 por Clemente X.
— César Hurtado, Reportero hispano