En el día del Padre, queremos reconocer en la persona de José Capistrano: hijo, hermano, esposo, padre y amigo ejemplar, a todos los padres migrantes que, anteponiendo su propio bienestar, emigraron de muchas partes del mundo a labrar un futuro para sus familias en Estados Unidos, el país de las oportunidades.
CHARLOTTE — Hace más de tres décadas, José Capistrano, un joven de 17 años nacido en Zacatecas, México, vio que las oportunidades de trabajo eran muy pocas en su tierra natal y decidió emigrar a Estados Unidos para labrarse un futuro y ayudar a su familia.
Así llegó a Texas y luego a Charlotte, Carolina del Norte, donde acompañado de su hermano Julio se dedicó a trabajar en labores de construcción, la industria que estaba en pleno apogeo en 1989.
La comunidad hispana era muy reducida en aquella época. José se congregaba en la única iglesia que ofrecía misa en español los domingos a las 7 de la noche en la zona este de la ciudad. “Esperaba con ansias los domingos, no sólo para escuchar la palabra sino también para encontrarme con los amigos”, relató.
Poco a poco su participación creció en la congregación. Un día le preguntaron si podía mover sillas, luego participó en un retiro carismático donde le dijeron que ‘despertó’ a la vida espiritual y así se fue envolviendo más.
Sintiéndose solo, en 1993 viajó a México a buscar una compañera a su pueblo. Allí encontró a la que sería su esposa, Leticia, a quien convenció de tratar, “al menos por seis meses”, de vivir en Estados Unidos.
Los seis meses se fueron extendieron. Poco después nació su primer niño, Neftalí, al que le siguieron otros cuatro: Uriel, Vicente, Marcos y Josué.
Es la llegada del Padre Vicente Finnerty al Centro Hispano la que hace se involucre más con la Iglesia.
“El Padre hacía de todo. A mí me daba miedo ayudarle. Hasta que un día, viendo que podía ayudar, decidí agarrar la canasta de la colecta”, contó Juan. Luego, decidido a proclamar las lecturas, aprendió a leer. Más adelante sería colaborar con la celebración de las fiestas de Nuestra Señora de Guadalupe “con tamales y atole”.
Neftalí, su hijo mayor de 28 años, recuerda acompañarlo a visitar otras parroquias por encargo del Padre Vicente. “Mi papá luchaba y hacía todo lo que podía para hacernos felices. A veces no queríamos ir a la Iglesia, pero íbamos. Un tiempo me alejé, pero creo que fue su ejemplo lo que hizo que más tarde decidiera regresar a la parroquia porque sabía que así mi vida podría mejorar”, dijo.
INSPIRACIÓN
Quien sembró la semilla del servicio y amor a Dios en el corazón de José fue su padre, Nicasio, quien falleció hace solo cuatro años. “Desde más chico, cuando andaba con mi papá, lo veía que rezaba. Él cantaba fuerte en la iglesia. Cuando entraba a ver a la Virgen de San Juan de los lagos y en
Plateros, él siempre entraba de rodillas. Luego me contó que había sido monaguillo”.
Gracias a su ejemplo, ha participado en innumerables ministerios y grupos apostólicos parroquiales. Por diez años, junto a su esposa, estuvo a cargo de la venta de comida en la Iglesia Guadalupe, en donde además es Caballero de Colón, coordinador de ministros e integrante de Emaús y los hijos de María Santísima. “He dejado otras cosas para que otros tomen la posta”, explicó.
Tener cinco hijos, dijo, ha sido difícil. “Pensábamos tener dos y llegaron tres, y luego dos más”, por lo que se dedicó a trabajar duro y, “con la ayuda de mi esposa pudimos salir juntos adelante”.
Alguna vez pensó seguir el diaconado permanente, pero la experiencia de ofrecer un servicio intenso a la Iglesia alguna vez, cree, lo llevó a descuidar a su familia. “No puedes ser luz de la calle y oscuridad de la casa”, le aconsejaron, y eso lo hizo recapacitar.
Los 28 años de casado, confiesa, “lo han hecho muy feliz”. Su esposa, que comparte el servicio y la oración con él, “es muy sociable y sencilla” y piensan, en el futuro, irse para México por un tiempo pues “nos sentimos muy a gusto allá”.
Su hijo Marcos, de 16 años, afirma que su papá es un hombre de muchas capacidades y “siempre quiso que mis hermanos y yo tuviéramos lo que él no podría tener: una buena educación”.
Uriel, de 26, dice que su padre es su amigo y guía. “Es un pilar de fuerza, apoyo y disciplina. Él ama a sus hijos, pero no deja que se salgan con la suya. Usa el amor para probar un punto y lo hace a través del poder de sus palabras y experiencia. Dios me dio un modelo para seguir”.
Para Josué, de 10 años, “es el mejor papá del mundo. Lo amo, lo quiero mucho”, asegura.
Leticia, su esposa, contó que han atravesado juntos “momentos difíciles y felices”, pero siempre primando la honestidad y el respeto por sus decisiones.
Neftalí, el mayor, asegura que un día será como su padre, “y con mis hijos espero ser como él mismo”.
Emprendedor, José ha dejado de trabajar para otros y es su propio jefe en su negocio de remodelaciones, empresa en la que colaboran algunos de sus hijos.
Para esta fiesta, nos confiesa, no desea regalos caros, solo le basta un beso y un abrazo, porque, “cuando no hay abrazos y besos no me siento a gusto”.
Y desde México, sus hermanos Noé, Camila, Amalia, Eva le agradecen todo lo que ha hecho por la familia y por sus padres. A su madre, la señora Luz, le da gusto que su hijo “siempre atento y obediente” haya seguido los pasos de su padre y “estés criando a tus hijos igual”.
Vicente, su hijo de 23 años, siempre tiene presente estas palabras de su padre: “en esta vida solo existen dos cosas: el amor y el miedo. Si dejas que el miedo controle tu vida, nunca vas a ser feliz; pero cuando haces las cosas con amor, siempre vas a estar feliz”.
“Cuando voy a salir me gusta repetir lo que él siempre dice. A la pregunta de ¿a dónde vas? responde, ahorita vengo, voy a hacer historia”.
José solo pide que sus hijos sean más entregados a Dios. “Mi esposa y yo oramos por ello todo el tiempo”, resaltó.
— César Hurtado, reportero
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