“¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!”, decía San Juan XXIII, llamado el “Papa bueno” y cuya fiesta es el 11 de octubre.
Angelo Giuseppe Roncalli, más conocido como San Juan XXIII, nació en Italia en 1881. Ingresó desde muy joven al seminario y fue ordenado sacerdote en 1904. En la Segunda Guerra Mundial, siendo Obispo, salvó a muchos judíos con ayuda del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica.
En 1953 fue señalado Cardenal y a la muerte de Pío XII, fue elegido como Sumo Pontífice en 1958. Poco a poco se ganó el apelativo de “Papa Bueno” por sus cualidades humanas y cristianas. El mundo entero pudo ver en él a un pastor humilde, atento, decidido, valiente, sencillo y activo. Se enrumbó por los caminos del ecumenismo y del diálogo con todos. Escribió las famosas encíclicas “Pacem in terris” y “Mater et magistra” y convocó al Concilio Vaticano II.
Es llamado a la Casa del Padre el 3 de junio de 1963, beatificado por San Juan Pablo II en 2000 y canonizado por el Papa Francisco en abril de 2014. El milagro para su beatificación se basó en la curación de Sor Caterina Capitani, una religiosa que tenía una dolencia estomacal muy grave.
Las hermanas de la paciente, que conocían de la gran admiración de Sor Caterina por Juan XXIII, oraron pidiendo la intercesión del “Papa bueno” y colocaron una imagen de él en el estómago de la paciente. Minutos después la religiosa empezó a sentirse bien y pidió comer. Más adelante, Sor Caterina relataría que vio a Juan XXIII sentado al pie de su cama y que le dijo que su plegaria había sido escuchada. La ciencia no pudo dar explicaciones de esta curación.
Concilio Vaticano II
Este 11 de octubre se cumplen 58 años de la apertura del Concilio Vaticano II, un acontecimiento eclesial ecuménico que buscó la actualización de la Iglesia en el mundo actual. Desde la apertura se destacó la naturaleza pastoral de sus objetivos: no se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario renovar la Iglesia para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos, buscar los caminos de unidad con las otras confesiones cristianas, buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer un diálogo con el mundo moderno, centrándose primero “en lo que nos une y no en lo que nos separa”.
Al Concilio fueron invitados como observadores miembros de diversos credos, desde musulmanes hasta indios americanos, así como miembros de todas las iglesias cristianas: ortodoxos, anglicanos, cuáqueros, y protestantes en general, incluyendo, evangélicos, metodistas y calvinistas no presentes en Roma desde el tiempo de los cismas. De esta forma, el Concilio Vaticano II se convirtió en el acontecimiento más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX.
San Juan XXIII no alcanzó a conocer las conclusiones porque falleció el 3 de junio de 1963. Fue clausurado el 8 de diciembre de 1965 y desde él se originaron importantes documentos que siguen siendo de gran actualidad.
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