THOMASVILLE — Hace ya más de 20 años que un gran número de migrantes procedentes de Mezquital, estado de Durango, México, comenzó a llegar a la zona de Thomasville, Carolina del Norte, área de High Point, a la que llamaron “La Tierra Prometida”, porque era un lugar tranquilo donde podían encontrar trabajo y lograr salir adelante con sus familias.
Leticia Ontiveros lo recuerda con mucha claridad. “Éramos jóvenes”, dice, “y cada domingo, después que nuestros esposos jugaban fútbol, todas la familias solíamos reunirnos para comer juntas”.
En una de aquellas reuniones, en las que con toda seguridad se contaban anécdotas de la tierra lejana y recordaba con añoranza a los familiares y amigos que quedaron atrás, se leyó una carta enviada por el párroco del pueblo en la que les solicitaba ayuda.
Esa misma tarde, las casi cincuenta familias reunidas decidieron hacer algo por su tierra y con alegría constituyeron un comité de ayuda, planeando que el pueblo instalara otro localmente para trabajar en conjunto.
Se redactaron actas y se decidió trabajar para asistir con despensas para los adultos mayores, “que es una comunidad muy agradecida”, relata Ontiveros.
Manos a la obra
Por más de cuatro años consecutivos la comunidad en pleno se movilizó. Cada familia colaboraba con cinco dólares mensuales para financiar múltiples actividades destinadas a recaudar fondos. Por largos años se reunieron cada mes para hacer rifas, ventas de comida, charreadas y bailes.
La voz corrió, no solo por toda la región sino por todo el país. Otras comunidades de paisanos de Mezquital decidieron unirse al proyecto. Así, se acercaron hermanos de Oklahoma, Illinois, Oregon, Texas, Georgia y otros estados. Con sólo cinco años de fundado, el proyecto crecía y con él las responsabilidades y trabajo del grupo.
Fue entonces que una persona de Mezquital decidió regalarles un terreno en el pueblo. ¿Qué haremos? Fue entonces la pregunta, por lo que en junta decidieron que el espacio se ocuparía para construir una casa hogar para los abuelitos. Los esfuerzos se redoblaron con entusiasmo y, como ellos mismos lo reconocen, “tardamos mucho en construir sólo dos cuartitos”. El ánimo no decayó, más al contrario, con la llegada del programa 3x1 que impulsó el gobierno mexicano, el proyecto despegó.
“Necesitábamos veinte mil dólares para comenzar”, contó doña Leticia, y así, con los otros sesenta con los que se comprometería el gobierno, tendrían los ochenta mil dólares necesarios para construir la casa hogar.
Reunir veinte mil dólares no era una tarea fácil. Organizaron tandas, un sistema cooperativo de beneficio comunitario, y finalmente pudieron recaudar el dinero.
En 2010, la Casa Hogar “Alegría de Vivir” ya estaba en funcionamiento con una capilla, sala de estar, comedor y nueve recámaras con una capacidad máxima para 18 adultos mayores.
El Sr. Felipe Flores, miembro del comité del patronato en Thomasville, asegura que “la necesidad que mira uno en los ‘viejitos’ es lo que nos motiva a trabajar por ellos”. “La gente emigra, se quedan solos. Y si nosotros estamos bien, ¿por qué no echarles una mano?”
Dar y recibir
Desde entonces la ayuda desinteresada a la casa hogar no se ha detenido. La pandemia de COVID-19 marcó la última actividad presencial del grupo el 14 de febrero de 2020, cuando celebraron la fiesta de San Valentín.
Los fondos que recaudaron con anterioridad les han permitido seguir aportando a la obra. Pero, pese a que las actividades se han paralizado, la ayuda comunitaria no se ha detenido.
“Hace poco nos informaron que una persona en el pueblo se había enfermado. Rápidamente vendimos 300 boletos de 20 dólares y pudimos recaudar más de 6 mil dólares para ayudarla en su tratamiento de cáncer”, relató doña Leticia.
“El pueblo ha aprendido a estar presente siempre en las necesidades. Con actividades, vendiendo hamburguesas o lo que sea nos la arreglamos. Es muy raro que te digan que no”, afirma.
La ayuda también se proyecta a la propia comunidad de Thomasville, en donde el edificio de la iglesia y la casa parroquial de Nuestra Señora de los Caminos han visto renovaciones en sus estructuras.
Dar desinteresadamente tiene su recompensa. Esos primeros migrantes, que llegaron atraídos por la demanda de mano de obra en fábricas y trabajos de construcción, han prosperado y muchos de ellos hoy son dueños de sus propios negocios u ocupan puestos de supervisión en las fábricas a las que arribaron como operarios.
Sus hijos, orgullo de la comunidad, son la primera generación que logra obtener una educación superior. Ellos asisten a universidades como Duke, Chapel Hill, NC State, UNCG y UNCC.
Para doña Leticia “la constancia es el secreto”, pues “no sólo los inteligentes llegan a donde quieren. Y creer en tus valores te llevará a donde quieres llegar”, asegura. Ella, maestra de escuela secundaria en México, siempre enseñó a sus alumnos los valores como la responsabilidad, confianza, honestidad, sinceridad.
“Para mí estar en la Iglesia, seguir sus reglas, marca la diferencia y es el secreto para una vida feliz”.
“Somos gente buena, trabajadora, humilde, que pase lo que pase siempre está allí para ayudar”, finalizó.
— César Hurtado, Reportero
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