CHARLOTTE — Tres hermanas de la Diócesis de Charlotte viajaron a Texas durante abril y mayo para asistir a los migrantes en búsqueda de asilo que llegaban a la frontera entre México y Estados Unidos.
Las Hermanas de la Misericordia, Peggy Verstege y Carmelita Hagan, y la Hermana de San José, Juana Pearson, respondieron al llamado realizado por la Conferencia de Mujeres Religiosas líderes sobre la necesidad de ayuda en la frontera.
En marzo pasado, ya el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos había contactado a la oficina nacional de Caridades Católicas pidiendo deseperadamente 700 o más voluntarios que provean “una presencia de escucha, compasión y apoyo” para los hombres, mujeres y niños en necesidad de ayuda en la línea de frontera.
La crisis humanitaria en la frontera sur de Estados Unidos había iniciado varios meses antes, cuando miles de inmigrantes, especialmente menores de edad, sus padres y niños sin compañía, viajaron desde Centroamérica y México en búsqueda de asilo.
Caminaron cientos de millas, se subieron a buses, camiones o trenes, comieron y bebieron cualquier cosa que pudieron encontrar en su camino. Hambrientos, sucios, sin nada en sus bolsillos pero llenos de esperanza, a los inmigrantres se les permitió llegar a la frontera, pasar una prueba de COVID-19 e iniciar el proceso de solicitud de asilo. Mientras tanto, los oficiales fronterizos trataban de establecer contacto con familiares residente en territorio americano que puedan patrocinarlos y así poder obtener el permiso de ingreso a Estados Unidos.
El 20 de abril, las hermanas Peggy y Carmelita viajaron a Laredo, Texas, y asistieron en Caridades Católicas de la Diócesis de Laredo, a una milla de la frontera. El 1 de mayo, la hermana Juana fue enviada al Centro de Alivio Humanitario McAllen de Caridades Católicas en el Valle del Río Grande, Texas.
“Lo que encontramos fue abrumador, por decir lo menos”, dijo la Hermana Carmelita, así que “nos levantamos las mangas y pusimos manos a la obra”. La hermana Joan agregó, “la gente estaba muy necesitada, la situación era desgarradora”.
Codo a codo con otros voluntarios y hermanas de otras congregaciones, las hermanas Peggy y Carmelita trabajaron incansablemente recibiendo los autobuses que llegaban, distribuyendo agua, ropa limpia, toallas y productos de higiene para baño.
En un día típico, preparaban el desayuno, el almuerzo y la cena para hombres, mujeres y niños y, a menudo, tenían que comprar comida para servirla. Entre comidas lavaban ropa, preparaban paquetes de viaje con pañales, toallitas húmedas, fórmula para bebé, agua, jugos y comida para los que partían en autobuses o autos. Pasaban horas organizando el cuarto de ropa y entregando ropa limpia a los migrantes. Debido a que la hermana Juana habla español, fue asignada al área de farmacia donde midió y distribuyó fórmula para bebés, pañales, toallitas húmedas para bebés, cepillos de dientes, peines y medicamentos de venta libre. “Casi todo el mundo llegaba con resfriados, tos, secreción nasal o fiebre. Cada vez que entregaba un jarabe para la tos o tylenol o lo que fuera, preguntaba sobre alergias, complicaciones y les explicaba las dosis y la frecuencia de las tomas. Ellos fueron pacientes esperando turno y muy agradecidos”.
Pero algo más llamó poderosamente la atención de la hermana Juana. “Lo primero que me llamó la atención fue la falta de equipaje, bolsos o mochilas con ellos. Se aferraban desesperadamente a sus hijos. No tenían nada más. Descubrí por qué. A lo largo de su peligroso viaje a los Estados Unidos lo habían perdido todo. A algunos les habían robado. Otros se vieron obligados a vender o intercambiar su ropa, medallas y joyas de cualquier tipo para llegar a la siguiente parada del viaje”.
En ambos centros de alivio, muchas de las personas pudieron disfrutar de una cama, pero muchas más tuvieron que dormir en catres y colchones a lo largo de los pasillos y, a veces, tuvieron que hacerlo fuera del edificio. Todos tuvieron la oportunidad de darse una ducha y refrescarse.
La hermana Carmelita dijo que la experiencia la hizo pensar en la Sagrada Familia, cuando José tuvo que llevarse a María y Jesús y huir a Egipto para escapar del tirano Herodes. “Tenían que estar confundidos y temerosos de lo que les esperaba. Hoy los solicitantes de asilo de Centroamérica están haciendo lo mismo para escapar de los tiranos de sus países. Vienen llenos de miedo, con emociones encontradas y mucha confianza y esperanza en una vida mejor. Dejan su tierra natal porque buscan paz y una vida libre de miedos”.
Servir a los migrantes no tuvo por objeto resolver sus problemas, “fue una oportunidad para actuar en nombre de la comunidad y en nombre de la misericordia”, señaló.
Para la hermana Juana fue una experiencia profunda, “y no estoy segura de haber integrado completamente todas las gracias y desafíos que Dios me presentó en la frontera con mi ministerio, aquí en nuestra Diócesis de Charlotte”.
“Para mí, servir en el refugio abrió más que mis ojos. ¡Esta vez en McAllen abrió mi corazón! Una de mis oraciones frecuentes se ha convertido en: “Oh querido Dios, gracias por todas las bendiciones que Tú (y otros) me has dado. Y perdóname si alguna vez soy ingrata”, finalizó.
— César Hurtado, Reportero