Las Hermanas de la Misericordia dejan un legado de educación católica, salud y servicios sociales en toda nuestra región
Cuando tres Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia llegaron a Wilmington para fundar una nueva comunidad, estaban ingresando a un territorio desconocido para su orden.
Era 1869, el Sur después de la Guerra Civil. Ulysses S. Grant acababa de convertirse en presidente y Estados Unidos estaba al borde de una industrialización sin precedentes. El “golden spike” había sido trasladado para la finalización del Ferrocarril Transcontinental, y las defensoras del voto femenino, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton, unían fuerzas en la campaña por el sufragio. Mientras, Carolina del Norte, readmitida a la Unión hacía solo un año, permanecía en Reconstrucción. Había alrededor de mil católicos, la mayoría de ellos viviendo en la parte este del estado.
Durante los siguientes 153 años, este grupo de decididas mujeres religiosas vivió el carisma de servicio inculcado por su fundadora irlandesa, la Madre Catherine McAuley, abriendo camino en los ministerios de educación, atención médica y servicios sociales que ayudaron a transformar el estado Tar Heel.
Hermanas en Belmont, Ayer y Hoy
Conocidas hoy como las Hermanas de la Misericordia, las 32 mujeres que viven en el Convento del Sagrado Corazón en Belmont se cuentan entre los 2142 miembros del Instituto de las Hermanas de la Misericordia de las Américas. Viven en las cercanías de Belmont Abbey y Belmont Abbey College, donde comenzó su historia en la Diócesis de Charlotte.
En los años posteriores a su llegada a Wilmington, algunas de las hermanas se mudaron tierra adentro a Hickory, Asheville, Salisbury y Charlotte para establecer escuelas, las que se necesitaban desesperadamente para sanar las heridas socioeconómicas de la Guerra Civil e impartir la fe a familias católicas en áreas mayoritariamente protestantes.
En 1892 establecieron un convento en Belmont a pedido del Abad Benedictino Leo Haid de Belmont Abbey. Fundaron la Academia del Sagrado Corazón (más tarde College), un internado y una escuela diurna para niñas adyacente a la abadía. También formaron parte del personal de la cercana escuela San Benedicto, educando a niños de color a quienes, en ese entonces bajo la ley de Carolina del Norte, no se les permitía asistir a la escuela junto con niños blancos.
En los años siguientes resistieron valientemente la segregación racial y trabajaron incansablemente para brindar educación, atención médica y asistencia igualitaria para los pobres, enfermos y poblaciones vulnerables. Establecieron al menos siete escuelas, un orfanato, una escuela de enfermería en Charlotte, y tres hospitales (incluido lo que ahora es Atrium Health Mercy en Charlotte y Mission Hospital en Asheville).
“Nosotras decimos que nos apoyamos sobre los hombros de grandes mujeres”, dice la Hermana de la Misericordia Lillian Jordan. Hermana de la Misericordia durante 58 años, sirvió principalmente en educación, primero como maestra y luego como directora en Carolina del Norte, Virginia Occidental y Kentucky. Ahora administra el Centro de Retiro del Sagrado Corazón en Belmont.
La Hermana Lillian creció en una familia militar y viajó por Estados Unidos y Europa. Fue instruida en la escuela secundaria por las Hijas de la Caridad, quienes la animaron a asistir al Colegio del Sagrado Corazón. Allí conoció a las Hermanas de la Misericordia, y se encendió en ella su deseo por una vocación religiosa de servicio.
Al concluir la secundaria, tomó un puesto como maestra en la Escuela Santa Ana en Charlotte, y cuatro años después, en 1964, ingresó a las Hermanas de la Misericordia.
“Tenía el pálpito de que mi llamado era estar en Carolina del Norte, donde el catolicismo era poco conocido y había una gran necesidad dar testimonio de la Iglesia”, dice.
La Hermana Lillian imitó a las primeras Hermanas de la Misericordia que establecieron una de las primeras escuelas integradas del estado, la Academia de la Encarnación en Wilmington, al dedicar 54 años de su carrera a la educación, 40 de ellos como directora.
Trabajando junto a ella, sirviendo diariamente a la comunidad y la vida de oración de las hermanas, se encuentra la Hermana de la Misericordia Carolyn McWatters.
Hermana profesa de la Misericordia durante 51 años, la Hermana Carolyn no es una extraña en Carolina del Norte. Enseñó durante 18 años en escuelas y parroquias en Wilmington y Charlotte.
Atribuye su vocación al amor por la lectura fomentado por su maestra, una Hermana de la Misericordia, que le dejó una huella profunda cuando tenía 12 años.
“Recuerdo claramente que en quinto o sexto grado era una ávida lectora de los libros de Nancy Drew. La hermana dijo que intentara leer la vida de un santo, así que probé los libros de los santos. ¡Eso me enganchó!” Recuerda la hermana Carolyn. “Creo que fue cuando decidí que tal vez ahí era donde Dios me estaba llamando; que se suponía que yo también tenía que ser santa, y que la forma en que lo sería se encontraba en la vida religiosa”.
Cree que su regreso a la diócesis el verano pasado, después de servir durante años en St. Louis, fue guiado por el Espíritu Santo. “Después de 25 años, estoy en casa”, dice.
Amor al Servicio
El compromiso de servicio de las Hermanas de la Misericordia también atrajo a la Hermana de la Misericordia Mary Andrew Ray.
La familia de la Hermana Mary Andrew fue una de las familias fundadoras de la Iglesia San Patricio (ahora Catedral). Su prima era una Hermana de la Misericordia, y las hermanas fueron sus maestras durante sus 12 años de educación católica. Allí pudo ver de primera mano el amor y el cuidado de las hermanas por los demás.
“Me ofrecí como voluntaria en la catedral, limpiando el mármol y ayudé en la escuela. Los acompañé bastante tiempo”, recuerda.
La universidad no le interesó después de la secundaria, pero sabía que quería ayudar a la gente. Después de recibir muchos consejos sobre cómo unirse a las
Hermanas de la Misericordia, un día una hermana hizo algo que selló el trato para ella.
“Trabajé en el Centro de Información Católica Signo de la Cruz en la escuela secundaria. Era una librería, y también había un sacerdote que respondía las preguntas de la gente. Cuando la hermana Cecilia se estaba preparando para ir a su escuela en el norte del país, pasó por la tienda y me dejó una nota. Decía:
‘¿Qué estás esperando? ¡El Espíritu Santo no va a derribarte y arrastrarte al convento!’ No pasó mucho tiempo después de eso, hasta que entré. Me he reído mucho con ello”, dice.
Cuando ingresó a las Hermanas de la Misericordia en 1952, le dijo a la madre superiora que no estaba segura de cómo podría servir a la comunidad.
“Le dije: ‘No quiero ser enfermera ni maestra’, que era todo lo que hacíamos en esos días”, explica la Hermana Mary Andrew. “La Madre Maura me respondió: ‘Siempre hay trabajo de secretaria’, ‘Puedes intentarlo. Para eso es el noviciado’”.
La Hermana Mary Andrew pasó a enseñar durante 15 años en la Escuela San Miguel en Gastonia, la antigua Escuela del Sagrado Corazón en el Campus del Sagrado Corazón en Belmont, la Escuela Santa María en Wilmington y la Escuela Nuestra Señora de la Asunción en Charlotte.
También ocupó varios puestos de liderazgo con la comunidad antes de regresar a la universidad para obtener un título en enseñanza de inglés como segundo idioma (ESL), después que las hermanas decidieran abrir su propio programa de ESL en el Campus del Sagrado Corazón.
La enseñanza es fundamental para las Hermanas de la Misericordia, explica. “Sabemos que la educación es más que solo ir a clases, es todo el ambiente y la vivencia de nuestros votos, sabiendo que estamos aquí para servir”.
Después de siete décadas, la Hermana Mary Andrew sigue sirviendo a la comunidad, ahora como una de sus historiadoras.
“Me ha encantado todo”, dice. “A veces he pensado: ‘No sé si puedo hacer esto’. Pero Dios dice: ‘Oh, sí, puedes’. ¡Él no ha aceptado fácilmente un no por respuesta!”
“Aquí estoy 70 años después”, dice sonriendo.
La Hermana Mary Andrew no es la única vocación local inspirada por las Hermanas de la Misericordia durante el siglo pasado. Docenas de mujeres se han sentido inspiradas a unirse a la orden, y cada hermana ha generado un impacto directo en la Iglesia del oeste de Carolina del Norte.
Entre ellos está la Hermana de la Misericordia Mary Robert Williams. Profesó durante 72 años, su familia es parte de los fundadores de la Iglesia local: 13 de sus parientes están enterrados en la vieja Iglesia San José en Mount Holly, la iglesia católica más antigua del oeste de Carolina del Norte. Creció asistiendo a picnics en la antigua iglesia cada Día del Trabajo, cuando la familia se reunía para limpiar el cementerio.
Su tía se unió a las Hermanas de la Misericordia en 1921 y se mudó al convento de las hermanas ubicado detrás de la Iglesia San Pedro en Charlotte. “Las hermanas eran parte de nuestra vida”, dice. “Entraban y salían de nuestra casa todo el tiempo”.
Su familia ayudó a las Hermanas de la Misericordia con sus necesidades diarias, y su padre ayudó a llevar a las hermanas a dar clases de educación religiosa en la Iglesia San Santiago en Concord todos los domingos.
“Las hermanas no conducían, así que mi madre y mi padre las llevaban de compras”, recuerda. “A mi madre siempre le preocupaba que no tuvieran suficiente dinero para comprar comida. Tenían quizás $20 para comprar comida para ocho hermanas. No teníamos dinero extra, pero ella siempre llevaba algo adicional en caso de que necesitaran dinero para comida”.
“Crecí con las Hermanas de la Misericordia, pero nunca pensé que sería una”, dice. “Pensé que sería enfermera. Aquí estoy, 72 años después”.
Entró al noviciado con otras nueve jóvenes en 1950.
Primero enseñó en jardín de infantes durante cinco años en la Escuela San Miguel en Gastonia, y luego primer grado durante 18 años. Posteriormente se desempeñó como directora durante 13 años en la Escuela Nuestra Señora de la Asunción.
Vivió un cambio de ritmo cuando el Padre Richard Allen la invitó a Salisbury para servir como asociada pastoral en la Iglesia Sagrado Corazón, una asignación que duró 31 años hasta su jubilación en 2014, a la edad de 81 años.
Al igual que las pioneras Hermanas de la Misericordia que la precedieron, a la Hermana Mary Robert le encanta ayudar a las personas necesitadas. Ella jugó un papel decisivo en el inicio del refugio para personas sin hogar de Rowan Helping Ministries. También trabajó con el refugio para mujeres maltratadas y Operación Suitcase, que proporciona suministros para niños en centros de adopción. Un programa de asistencia de la Iglesia Sagrado Corazón en Salisbury recibió su nombre en agradecimiento por sus años de servicio.
Reflexionando sobre su vida con las hermanas de la Misericordia, comparte: “Ha sido una familia real, una comunidad real y una unión de caridad. Como diría la Madre McAuley, son un gran grupo de mujeres”.
Amor a Dios y al Prójimo
Enseñar a niños blancos y de color en el Sur segregado. Atender a pacientes con tuberculosis y sida. Educar a enfermeras y dotar de personal a hospitales para personas blancas y de color en áreas populosas.
Proporcionar atención médica a los pobres y gente sin seguro médico. Desarrollar viviendas asequibles.
Proporcionar un hogar acogedor para huérfanos, niños y adultos de salud frágil, a víctimas de violencia doméstica, a personas sin hogar y a madres primerizas necesitadas. Proporcionar empleo y capacitación en habilidades para la vida a adultos con discapacidades intelectuales. Estas son solo algunas de las obras de misericordia por las que las Hermanas de la Misericordia son conocidas.
Hoy, aunque ya no administran hospitales ni escuelas como antes, las Hermanas de la Misericordia continúan apoyando la educación, la atención médica y los servicios sociales en toda nuestra región gracias a la Fundación Hermanas de la Misericordia de Carolina del Norte, que ha donado más de $97 millones en subvenciones a organizaciones locales desde 1996.
Cualquiera que examine el panorama de todo lo que las Hermanas de la Misericordia han logrado en el oeste de Carolina del Norte durante los últimos ciento cincuenta años comprende que su motivación proviene de un profundo amor a Dios y al prójimo.
“Hay una sensación real de que todo es obra de Dios”, dice la hermana Carolyn. “Nadie podía prever que hubiera pasado lo que ha pasado, y tal vez que hubiera sido posible. Pero eso es un buen indicativo de que lo que sucede es la voluntad de Dios”.
Cada vez que piensa en el trabajo que las Hermanas de la Misericordia han realizado durante décadas, “eso me enorgullece mucho”, dice. “Creemos que donde hay una Hermana de la Misericordia, todas estamos ahí”.
La Hermana Lillian está de acuerdo. “No puedo imaginar que ellas (las anteriores Hermanas de la Misericordia) podrían pensar en otra cosa que no sea gratitud por los comienzos que nos brindaron y lo que ven que sucede”.
Agrega la hermana Mary Andrew: “Mi padre solía decir a veces que, ‘tienes esto hoy por lo que las hermanas sacrificaron. Cuando estaba en la escuela, a veces las hermanas ni siquiera tenían sábanas para poner en sus camas’. Él siempre me recordaba esto”.
“Tenemos que seguir recordando estas cosas y saber que nos apoyamos sobre los hombros de grandes mujeres”.
— SueAnn Howell y Patricia L. Guilfoyle, Catholic News Herald
Conozca más
Hoy más de 6,000 Hermanas de la Misericordia sirven en más de 30 condados. Encuentre más información sobre ellas online en www.mercyworld.org.
Impacto duradero
Las Hermanas de la Misericordia han ayudado a construir la Iglesia en Carolina del Norte a través de actos corporales y espirituales que datan de más de 150 años, brindando consuelo y compartiendo el amor de Dios con los más vulnerables. Entre sus buenas obras están:
- La enseñanza a niños blancos y de color en el Sur segregado.
- La atención de los afectados por la tuberculosis y el SIDA.
- La educación a enfermeras y el dotar de personal a hospitales para personas blancas y de color en áreas en crecimiento del oeste de Carolina del Norte.
- El proveer cuidado médico a los pobres y personas sin seguro de salud.
- El desarrollo de viviendas asequibles.
- El brindar un hogar acogedor para huérfanos, niños y adultos frágiles, a víctimas de violencia doméstica, a personas sin hogar y mamás primerizas en necesidad.
- El proveer empleo y capacitación en habilidades para la vida a adultos con discapacidades intelectuales.