Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy celebramos la Resurrección de Jesús, aclamando con el salmista, “Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos” (Sal 118, 24).
Jesús murió por nuestra salvación, venciendo a la muerte para que podamos esperar tener vida eterna con Dios en el cielo.
La Pascua es verdaderamente un regalo de Dios, un tiempo de gran regocijo.
Y es una ocasión que esperamos cada año con anticipación, particularmente este año a la luz de las pérdidas y desafíos causados por la pandemia y los conflictos en todo el mundo. A lo largo de la temporada de Cuaresma, nos hemos preparado para este día purificando nuestros corazones, mentes y almas a través de la oración, ayuno, penitencia y caridad. Ahora, con la ayuda de la gracia de Dios, estamos debidamente preparados para ingresar a la celebración de la resurrección de Jesús, y la esperanza y la nueva vida a la que Él nos ha llamado.
Pero, ¿qué vamos a hacer ahora?, ¿es la Pascua solo un día para celebrar antes de volver a nuestras rutinas habituales?
¡De ninguna manera! No, la Pascua es un llamado a la acción, al amor y al discipulado misionero.
Primero, estamos llamados a amarnos unos a otros como Jesús nos ama.
A través de Su pasión, muerte y resurrección, Jesús demostró Su gran amor por nosotros. Y a través del don continuo de Jesús en la Sagrada Eucaristía, estamos llenos de Su gracia y llamados a amar a los demás.
Es nuestra vocación como cristianos católicos demostrar el amor de Dios a través de nuestras palabras y acciones. Como nos dice Jesús: “En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros” (Juan 13:35).
Segundo, estamos llamados a compartir la buena nueva de la resurrección de Jesús.
Al igual que las santas mujeres que encontraron la tumba de Jesús vacía y corrieron a toda prisa a contárselo a los demás discípulos, debemos sentirnos motivados a contarles a los demás de que la
Pascua se trata de la resurrección de Jesús. La Resurrección es una señal sorprendente y tangible del amor ilimitado de Dios por nosotros y la esperanza que otorga a nuestras vidas. Es la culminación de Su obra salvadora, llamándonos de regreso a Él a través del sacrificio de Su único Hijo y liberándonos de la esclavitud del pecado (ver Juan 3:16 y Romanos 6:6).
Debemos compartir el don de Jesús siendo testigos del Evangelio, dando testimonio de nuestra experiencia del amor de Dios en Jesús. Llenos con el gozo de Su amor, como discípulos misioneros de Jesús estamos llamados a extender ese amor a los demás.
La manera en que realizamos este trabajo puede tomar muchas formas y depende de nosotros, con mucha oración y la ayuda de la gracia de Dios. Sin embargo, no importa cuál sea nuestra situación en la vida, todos tenemos un papel que desempeñar en la proclamación del Reino de Cristo. El Santo Padre, el Papa Francisco, nos dice: “Ser discípulo significa estar constantemente dispuesto a llevar el amor de Jesús a los demás, y esto puede suceder de forma inesperada y en cualquier lugar: en la calle, en una plaza, en el trabajo, en un viaje” (“Evangelii gaudium”, 127).
Especialmente mientras celebramos el 50 aniversario de la Diócesis de Charlotte este año, bajo el manto protector de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, inspirémonos en su ejemplo.
Como María, que la alegría de la Resurrección habite en nuestros corazones, no solo hoy sino todos los días. Compartamos esa alegría de la Pascua con nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y otras personas con las que nos encontremos. Esforcémonos en vivir cada día como un regalo de Jesús, proclamando con nuestras palabras y nuestras acciones: “Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos”.
Sinceramente vuestro en Cristo Jesús,
Reverendísimo Peter J. Jugis, J.C.D.
Obispo de Charlotte