CHARLOTTE — El torneo de fútbol Copa Congregación, que reúne cientos de niños y jóvenes en los campos deportivos de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte, pronto concluirá.
Cada semana, decenas de padres de familia acompañan a sus hijos e hijas que asisten a este torneo que no premia el talento, sino el esfuerzo y participación de los jóvenes deportistas.
En ocasiones alguno de ellos puede faltar, uno de los miembros del cuerpo arbitral puede ser reemplazado, hasta el infaltable heladero vendedor de paletas puede alejarse momentáneamente.
Sin embargo, una figura siempre es vista en todas las fechas, durante toda la extensión del campeonato, de principio a fin, en la apertura y clausura. Inagotable, recorriendo el campo, dando instrucciones, vigilando la seguridad de los niños, supervisando el más mínimo detalle. Es Richard Sierra, creador, organizador y, desde el año 2000, miembro del equipo administrativo de la parroquia.
Sierra, de padres colombianos, nació en Nueva York en 1971. A los 8 años, por un motivo familiar, regresó a Colombia con sus padres. Su amor por los deportes es innato, ya en Estados Unidos jugaba hockey, deporte que intenta practicar en Colombia, donde era completamente desconocido.
Es en este país donde se enamora del fútbol, iniciando a jugar en la escuela como portero, aunque “siempre pedía se le ubicara en otra posición”.
En Medellín, su padre lo llevó a ver jugar al Atlético Nacional, el equipo de camiseta rayada verdiblanca, al estadio local. “Nunca se me va a olvidar la impresión de, al terminar de subir las gradas, ver el césped del estadio. Algo impresionante”.
Jugando como marcador derecho, poniendo esfuerzo y dedicación, su juego mejoró muchísimo. Tras mudarse a Pereira, ciudad a unas 160 millas al sur de Medellín, es convocado al seleccionado pre-juvenil del estado de Risaralda, paso previo para luego ser elegido, junto con otros cinco compañeros al preseleccionado nacional juvenil.
Todo indicaba que Richard sería una estrella del fútbol colombiano, hasta que sucedió lo impensable
¡QUÉ DOLOR!
“Me lesioné en una jugada, salí cargado del campo”, nos relató. El diagnóstico: rotura de ligamento, dos años de descanso.
Al año y medio comenzó su recuperación, pero “la rodilla se me salía y me decían ‘Elvis Presley’ por la quebrada de pierna”. El problema, inicialmente esporádico, se volvió cada vez peor.
“No pude llegar, no la pude hacer, tenía que dejar el fútbol, y eso fue dolorosísimo para mí. Empecé a beber, a frecuentar malas compañías, quería refugiarme en algo y no escuchaba a nadie”.
Gracias a Dios, sus amigos del fútbol lo rescataron. “Hasta hoy les agradezco muchísimo lo que hicieron por mí”.
La lesión lo alejó del profesionalismo, no de la práctica deportiva, y comenzó a trabajar y estudiar, inclinándose por la administración.
En Pereira conoció a Gloria, con quien se casó en 1994, y a quien le confesó su pasión por el fútbol. “Solo si me cortan las piernas dejaré de jugar fútbol”, le dijo.
Por la difícil situación económica, social y de inseguridad que atravesaba Colombia, acompañado de su esposa e hijo de tres años, retornó el 7 de enero de 1997 a Estados Unidos.
En Charlotte consiguió trabajo en Duke Power, mientras su esposa se desempeñaba como maestra.
Todo iba viento en popa, hasta el 6 de enero de 2000, cuando la vida nuevamente le jugó una mala pasada.
¿POR QUÉ YO, DIOS MÍO?
Exactamente tres años después de haber llegado a Estados Unidos, Richard fue atracado en las calles de la Ciudad Reina y recibió un disparo.
Tras pasar dos días en coma inducido, entubado, en sala de cuidados intensivos, Richard despertó y se enteró que tenía una bala alojada en la columna vertebral, que nunca recuperaría la movilidad y quedaría atado, de por vida, a una silla de ruedas.
Permaneció mes y medio internado en el hospital. Tras regresar a casa, su esposa debió dejar de trabajar para atenderlo, los beneficios laborales concluyeron y las finanzas domésticas se vinieron abajo.
Un día su padre llegó a visitarlo y lo encontró deprimido, llorando. “Richard”, le dijo, “tienes dos posibilidades: o te pegas un tiro y acabas con eso, o sigues para adelante”.
Esas palabras inicialmente lo enfadaron, pero luego entendió que tenía que reaccionar, no podía ser una carga, “que tenía que sobrellevar el hecho, y aprender a hacer todo de nuevo, como un niño”.
Empezó por perdonar al criminal, pero la carrera era de largo aliento y las deudas no esperaban.
AYUDA PROVIDENCIAL
Richard y su esposa asistían a la antigua Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe en la calle Shenandoah. Gloria, en mayo de 2000, desesperada tocó la puerta del Padre Vicente Finnerty, el párroco por aquellos años, buscando ayuda para pagar la renta.
El Padre le dijo: “He estado buscando urgentemente una secretaria. Hoy le pedí a Dios que me enviara una. Usted es la primera que me toca esa puerta, ¿quiere ser mi secretaria?”. El sí no se hizo esperar.
El Padre Vicente se convirtió también en el soporte espiritual de Richard. Más tarde le ofreció trabajo en diseño y administración.
Han pasado más de 22 años desde entonces. “Ahora mismo no necesito nada en especial para valerme por mí mismo para todo. Claro, hay cosas que no puedo hacer, especialmente si son de altura, de acceso por escaleras. Pero la ciudad es muy accesible y me ha ayudado mucho”, dice Richard.
¿VIVO CON ALEGRÍA?
“Cada día de mi vida. Hay momentos en los que siento que me faltan las piernas. Pero no estoy frustrado. Estuve como voluntario en el hospital para ayudar a personas que sufren el mismo problema que yo, pero resulta que ellos me ayudaron a mí al poder ver la gravedad de otros casos más serios que el mío”.
Su pasión por el deporte también lo ayudó. Hace ciclismo y pesas, lo que lo mantiene física y mentalmente sano.
“Me quedé sin fútbol para siempre, pero gozo al ver a los niños jugar. Esos niños le pagan a uno ahí mismo. Verlos en la cancha, fuera de casa, reunidos como equipo, alejados de las pantallas, es invalorable. Lo que aprendí del fútbol lo comparto con ellos, lo convierto en una herramienta útil ahora, pese a que no puedo jugar. Vivo el deporte a través de ellos”.
— César Hurtado, Reportero