La piñata es una estructura de cartón o alambre cubierta de papel maché multicolor, usualmente con siete picos, que contiene golosinas y otros premios en su interior, y se cuelga de lo alto con una cuerda.
Las niñas y niños esperan turno para tomar un garrote y romperla. Cuando logran el objetivo, la piñata libera su contenido y todos se lanzan sobre él.
La piñata es un juguete infaltable en las posadas. Según nos explicó el Padre Fidel Melo, párroco de la iglesia San Santiago en Hamlet, fue utilizada por los primeros evangelizadores de los pueblos originarios en México, para enseñar la dinámica de la lucha contra el pecado.
“La piñata es la representación del mal, sus siete puntas son los siete pecados capitales, los adornos y colores aluden a las vanidades y engaños del mundo. La persona partiendo la piñata representa al creyente en la lucha contra el mal”, dijo.
Explicó que “el creyente, sin ver totalmente pues está con los ojos vendados, nada más creyendo ciegamente en Dios, lucha denodadamente buscando el mal, combatiéndolo en su vida, y, cuando lo logra y sale vencedor, recibe el premio de la gloria a través de las bendiciones que caen del cielo”.
Destacó que la lucha, pese a ser personal, se realiza en comunidad. En la piñata, “la gente está siempre alrededor de él y lo dirige. Con voces le marca si a la derecha, a la izquierda, arriba o abajo”.
El cántico tradicional es también una clara señal de la ayuda comunitaria. Una de sus estrofas dice: “Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino”.
“La piñata es un juego comunitario, y más allá de celebrar nuestras tradiciones, es importante reencontrarnos como Iglesia, en comunión. En la evangelización, celebrar es la clave”, finalizó el Padre Melo.
— César Hurtado