En 1992, la agrupación mexicana Maná lanzó uno de sus éxitos musicales más reconocidos con el título “¿Dónde jugarán los niños?” La canción en sí es una invitación a pensar en las consecuencias de vivir sin espacios en donde los niños puedan ser niños. Después de más de tres décadas, el interrogante sigue haciendo eco.
Las risas de los niños en un parque nos recuerdan qué tan importante es tener espacios seguros en donde los más pequeños, y quienes los cuidamos, podamos pasar tiempo de manera libre, espontánea y sin muchas preocupaciones.
Sí, también de vez en cuendo los niños se caen, se raspan las rodillas, se les enreda el cabello. Mamás, papás, abuelas y abuelos, y otras personas que cuidan niños sabemos que todo esto es parte de la experiencia de salir a jugar.
Quienes les observamos experimentamos un sentido de gozo. Les observamos atentamente para estar seguros de que estén seguros y disfruten lo que hacen. A veces imagino que ésta es la manera como Dios mira a la humanidad.
Salir a jugar en un espacio abierto nos da la oportunidad de conocer a otras personas. Los niños juegan con otros niños sin prejuicio. Conversamos con vecinos y extraños que también traen a sus hijos a jugar en el mismo espacio en donde nuestros niños juegan. Aprendemos sus nombres. Compartimos historias y descubrimos lo mucho que tenemos en común. No estamos solos.
Jugar es más que participar en juegos estructurados guiados por reglas con el propósito de competir. Jugar es ante todo expresarse libremente mientras entramos en comunión con otras personas y el espacio en donde uno juega, enfocados en el presente y casi inconscientes del pasar del tiempo. Los niños hacen esto de manera espontánea e inocente. Simplemente juegan.
¡Qué privilegio es tener espacios en donde los niños pueden jugar y sentirse humanos!. Somos bendecidos al disfrutar las condiciones que les dan a nuestros hijos el tiempo y el espacio para jugar de manera libre, espontánea y sin muchas preocupaciones.
Desde esta perspectiva, son muchos los eventos recientes en nuestro mundo me interrogan y me invitan a pensar en la realidad de cientos de millones de niños que no tienen espacios seguros, tiempo, o el apoyo necesario para jugar como niños.
Las imágenes de ciudades y pueblos destruidos por causa de guerras nos deben interpelar profundamente como seres humanos. Lo mismo aquellas de pueblos abandonados porque no proveen la seguridad necesaria para vivir y formar a las nuevas generaciones Sin parques, ni campos deportivos, ni patios de recreo en las escuelas, ¿dónde jugarán los niños?
Son muchísimos los niños a los que nuestro mundo actual les está robando su infancia y la oportunidad de jugar como niños, viviendo bajo la amenaza constante de la violencia generada por el terrorismo y la guerra, el desplazamiento forzado, el tráfico de personas, gobiernos despóticos, mala legislación, hambre y abandono, entre otros males sociales. Son muchísimos los niños que mueren antes de su tiempo por causa de estas realidades sin darles siquiera la oportunidad de jugar como deberían jugar todos los niños.
Estos niños son los santos inocentes de nuestro día. Los podemos ver. Tienen nombres. No podemos permanecer pasivos frente a su sangre, sus lágrimas y sus temores.
Abogar por la vida de todos los niños tiene que ir de la mano del compromiso de abogar por espacios seguros en donde los niños puedan jugar.
Dr. Hosffman Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.