Iniciamos el tiempo de cuaresma el pasado 14 de febrero, muy preciso, justo el día del amor y la amistad. ¡Qué mejor momento para iniciar este tiempo con el verdadero amor de Jesús en la entrega por nosotros!
Escribo después del cuarto domingo de cuaresma. Hemos avanzado. Sería bueno darnos cuenta si está sirviendo de algo este tiempo de conversión, osea, un cambio radical de orientar nuestros valores en un cambio profundo de nuestra vida, o no está pasando nada.
Pero todavía estamos a tiempo. Podría hablar de conversiones distintas, como los que se convierten, por ejemplo, Magdalena, Mateo, Zaqueo, el “buen ladrón”. ¿Pero yo? ¿Tengo yo la capacidad de transformar, en modo radical y substancial, los valores por los que oriento mi existencia? ¿Está en mí la posibilidad de vencer un vicio, un prejuicio, una tendencia que durante años ha marcado negativamente mi personalidad, perjudicando mi salud y dañando mi buena relación con los demás?
No son preguntas menores y sus más frecuentes respuestas van en la línea de un conformismo fatalista, de una resignación pasiva, de un dejar actuar la ley de la inercia: “Total, yo soy así. Ya estoy viejo para cambiar”.
No siento en mí ni la capacidad ni la voluntad de intentar siquiera un cambio. De manera que, si soy un fumador, alcohólico, drogadicto, blasfemador y murmurador impenitente; si arrastro enfermizamente un rencor familiar, envidia, coraje, resentimiento, venganza; si cualquier estímulo erótico, cualquier sugerencia o invitación, cualquier oportunidad o puerta que me abren encuentra en mí la más inmediata aceptación, sin importarme las decencias o las lealtades que iré repartiendo en el camino; si mi apetito de conocer a Dios y de aproximarme a la intimidad con Él y a la obediencia de sus mandatos choca con mi estudiada indiferencia y encogimiento de hombros, y me convierto en alguien que no le importa nada.
¡Ah! Si, así soy y así seré, con una mentalidad infantil.
Cuaresma es educar nuestra conciencia en Dios. Y quiero decirme a mí mismo que no estoy honrando aquello que pertenece a lo más específico del ser humano: su capacidad de cambio, de superación, de transformación. Eso que llamamos conversión.
La Cuaresma es un tiempo de conversión. Tomarla en serio exige detenerse y pensar: ¿qué hay en mí que debería cambiar? ¿De qué y en qué tengo que convertirme?
Te invito a que este tiempo, que ya está por terminar, sea una búsqueda de una mejor versión de tí.
¿Cómo trato de hacerlo yo? Hacernos un buen propósito de cambio, eso sería pensar mejor las cosas y las palabras, preparar y hacer mejor mi trabajo, prevenir a tiempo los focos de conflicto, esforzarme más por la transparencia de mi vida, que mi memoria me preserve de tropezar por segunda o tercera vez en la misma piedra.
Que mi docilidad me haga humilde para preguntar a los que saben lo que yo no sé.
Te deseo una verdadera transfiguración para que nos parezcamos cada vez más a Dios.
El Diacono Enedion Aquino es coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Greensboro