Queridos hermanos en Cristo, como todos lo hemos experimentado, este año pasado ha sido un año bastante turbulento y lleno de temor y suspenso, pues no sabíamos adonde nos dirigíamos con todo lo que estaba pasando con la pandemia y las diversas situaciones que esta causó en la economía, en la casa, en la salud de muchos de nosotros y en las comunidades parroquiales.
Gracias a Dios estamos llegando a este momento en el cual estamos viendo una mayor apertura y las cosas poco a poco van volviendo a la normalidad. Ojalá que todos tengamos la prudencia de ir tomando las cosas con tranquilidad y no precipitarnos a querer hacer todo lo que hacíamos antes arrebatadamente, sino guardando siempre las debidas precauciones, recordando que el virus ha disminuido, pero que todavía continua presente entre nosotros y que puede atacar fuertemente, sobre todo a aquellos que no han podido recibir la vacuna.
A pesar de todo, muchas cosas buenas están pasando en estos días. Hemos visto un incremento de gente en la Santa Misa y con alegría estamos presenciando que la comunidad hispana está volviendo a casa. Es maravilloso ver que los latinos llevamos a Dios en el corazón y sabemos que en el domingo el Señor nos invita a compartir con Él, no en nuestra casa, pues estoy seguro que el 99 por ciento de nosotros estábamos sufriendo de tener que estar viendo la Misa virtual, sino en su casa, es decir, la Iglesia parroquial, pues tenemos muy arraigado la frase que el Señor nos dirige siempre: ¡Mi Casa es Tu Casa!
Quiero pedirles que nos ayuden a ir pasando la voz a todos sus conocidos que nuestro obispo está dando ya el permiso oficial de poder regresar a las Iglesias, siguiendo siempre las recomendaciones que nuestro Gobernador del estado nos da. Ya desde ahora las Iglesias están abiertas y podemos ir haciendo la misión de salir a buscar a aquellas ovejas que a lo mejor no se han enterado, a lo mejor se han extraviado, a lo mejor se han acomodado a ver la Misa por la pantalla o simplemente se les haya olvidado el gran valor que tiene Dios en nuestras vidas.
En el Domingo de Pentecostés, celebramos de una manera maravillosa el nacimiento de la Iglesia, en ese día, los apóstoles unidos a María Santísima recibieron llenos de gozo el Espíritu Santo y se llenaron de ardor, valentía y ganas de expandir el Evangelio por todo el mundo. Que así mismo pase con nosotros, que celebremos con entusiasmo ese gran día y que terminando la ceremonia salgamos jubilosos a proclamar el Evangelio y a ir a buscar a aquellos que sabíamos que venían ya a la Iglesia y también a todos aquellos que aún no han recibido la alegre noticia del Evangelio.
Cada bautizado, en virtud del Sacramento, recibe la gracia de nuestro Señor Jesucristo que nos invita a ser sus discípulos y seguirlo fielmente, pero también nos da el deber de ir y anunciar a todas las naciones la alegre noticia de la resurrección. Y con este envío nos asocia al grupo de los apóstoles que no perdieron tiempo en ir por todo el mundo y anunciar la buena nueva.
El Padre Julio Dominguez: es Vicario Episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.