Todos los años el 29 de Junio la iglesia celebra la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Hay que recordar quienes fueron estos dos santos.
San Pedro, Shimón Bar-Lona, nació en Betsaida, un pueblo no muy grande cerca del lago de Genesaret. Junto con su hermano Andrés eran pescadores en el mar de Galilea. Cuando Jesús caminaba por las orillas del mar de Galilea, vio a Simón-Pedro y a su hermano Andrés arrojando las redes al mar, les dijo: “Venid conmigo, y los haré pescadores de hombres”. Y ellos dejaron las redes y lo siguieron (Mt.4,18-20).
Pedro como pescador tuvo un carácter fuerte, impulsivo, pero era también generoso y sencillo. Desde el principio era un discípulo allegado a Jesús. Y Jesús mismo le puso el sobrenombre de Pedro, diciéndole: “Tú eres Simón, hijo de Jonás, pero te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro” (Juan 1,41-42), señalándole como la “piedra” sobre la que edificaría su Iglesia.
Cuando Pedro estuvo en Cesarea de Filipo dijo, “Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”, (Mt 16:16). Después de esta afirmación, Jesús confirma la autoridad de Pedro (Mt 16:19). “Te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que ates sobre la tierra será también atado en los cielos; y todo lo que desates sobre la tierra, será también desatado en los cielos”. Pedro tuvo también un momento de humana debilidad negando conocer a Jesús la noche cuando fue arrestado.
Después de la Resurrección de Jesús, fue Pedro quien primero pudo verlo. Esto le dio fuerzas para asumir la tarea de ser cabeza de la Iglesia y ayudar a los apóstoles a mantener su fe fuerte y viva.
San Pablo nació en Tarso, ciudad capital de la provincia Romana de Cilicia, actual Turquía. Educado en Jerusalén, pertenecía al grupo llamado de los “fariseos” y no conoció personalmente a Jesús.
Persiguió a los cristianos, aprobó la lapidación de San Esteban (Hechos 8,1-3) y después de ello, camino a Damasco, estando cerca de la ciudad, oyó la voz de Jesús que le decía: “Saulo Saulo, por qué me persigues?” (Hechos 1,1-9). Después quedó ciego por tres días, continuó su viaje a Damasco donde fue bautizado, recobró la vista y se convirtió al Señor.
Después de la Resurrección de Jesús, Pedro y Pablo se dirigieron a Roma, liderando la Iglesia hasta que fueron detenidos en el foro de la Antigua Roma.
Por decreto del emperador Nerón, Pedro fue crucificado con la cabeza hacia abajo por su propia decisión por no ser digno de morir como el Señor y sepultado en una colina fuera de Roma. Pablo, acercándose a su final, hizo un balance de su vida escribiendo “he peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe” (2 Tim.4,7). Después, bajo el mismo decreto de Nerón, muere “dignamente” como ciudadano romano.
Desde el tiempo de la Iglesia primitiva se empezó a celebrar la solemnidad conjunta de San Pedro y San Pablo el 29 de junio, no solamente como recuerdo de sus muertes, sino también por la visión centrada en “Jesucristo, único Salvador”, recordando la pregunta que Jesús hizo a los discípulos, a la que respondieron con sus vidas y que siempre está vigente: “Y ustedes, quién dicen que soy?”.
Aleksandra Banasik es coordinadora del Ministerio Hispano del Vicariato de Boone.