San Ignacio es uno de esos santos que a mí me dan mucha esperanza. Bautizado como Íñigo, nació en el castillo de Loyola el 23 de octubre de 1491. Tras quedar huérfano a los 16 años, rodeado de la realeza española, aprendió el arte de las armas y su valentía le llevó a convertirse en oficial del ejército del rey de España.
Era bebedor, de vestir elegante, mujeriego, peleón y muy vanidoso. Su juventud la pasó de fiesta en fiesta pretendiendo a las cortesanas.
Después de caer herido por una bala de cañón que le destrozó una pierna y dejó malherida la otra, fue llevado a la casa Loyola. Durante su convalecencia pidió libros de caballería, pero le entregaron uno de la vida de Cristo y otro de vidas de santos.
En reposo, Íñigo se imaginaba de brazos de una bella dama, lo que le hacía sentir muy bien. También se imaginaba imitando a los santos e igualmente se sentía bien. Se dio cuenta que cuando pensaba en lo primero se le olvidaba rápido, pero los proyectos de imitación y superación de los santos lo dejaban entusiasmado. Llegó el momento en que le interesó saber más de la vida religiosa que de las damas y comenzó su camino de conversión.
Dando un giro a su vida, pues regaló todo su dinero y cambió su ropa con un mendigo, Ignacio quería dejar de lado la vanidad y decidió entonces no cortarse las uñas ni el cabello.
Sus largas horas de oración las hizo en una cueva junto al río Cardoner. Pasó meses haciendo penitencia. Se encontraba triste tras darse cuenta de todo lo que había hecho con su vida. Tuvo períodos de paz, luchas interiores, dudas, escrúpulos y grandes ilustraciones.
Una vez, tomando el camino junto al río, se abrieron sus ojos entendiendo muchas cosas espirituales, de fe y de ciencia. En toda su vida, jamás alcanzó tanto como aquella vez. Le pareció ser otro hombre y tener otro entendimiento. Ese fue el principio y fundamento de sus Ejercicios Espirituales, los que empezó a transcribir en un cuaderno.
Estudió en varias universidades, en la última conoció a sus primeros seis compañeros con los que hizo votos de pobreza, se ordenó sacerdote y fundó la Orden religiosa
Compañía de Jesús, que ha llevado el Evangelio y realizado misiones por todo el mundo.
San Ignacio murió en Roma el 31 de julio de 1556. Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto con San Francisco Javier, Santa Teresa de Ávila y otros. De ser un joven despreocupado y vano, pasó a ser santo y fundador de la orden religiosa más grande del mundo.
Yo todavía estoy descubriendo mi camino de conversión, después de hacer los Ejercicios Espirituales, ando “buscando y encontrando a Dios en todas las cosas”, trato de “en todo amar y servir” y de no tener apegos desordenados para ser libre y elegir el camino de Jesús. Porque, “¿de qué sirve ganar el mundo, si al final pierdes el alma?”.
Ibis Centeno es coordinadora del ministerio hispano en el vicariato de Salisbury.