Ayer me fui a caminar e invite al Señor a caminar conmigo. Al principio me sentía solo y un poco distraído, y rezaba para sentir al Señor cerca de mí.
En eso me asomé hacia un bosquecillo que hay en el parque y vi los árboles grandísimos totalmente sin hojas, azotados por el viento frío que corría por la tarde.
Me les quede mirando y reflexionaba en cómo era posible que pudieran seguir viviendo, si los fríos en las noches por acá son aterradores, brutales y crueles.
Inmediatamente me vino a la mente la situación tan triste que se está viviendo en México con tanta corrupción, tanta violencia, en donde no hay justicia para el inocente y los mismos servidores públicos, que están para proteger al ciudadano, están como lobos destruyendo al prójimo.
También recordé la situación moral y espiritual que estamos viviendo en los Estados Unidos, donde se está perdiendo el respeto por la vida y la dignidad humana que, de verdad, está de preocuparse.
Se habla de una crisis económica y los especialistas mundiales están haciendo mil cosas por resolver el problema, pero qué poca importancia le dan a la crisis de Dios, que es precisamente la raíz de todos nuestros problemas sociales, morales, espirituales e incluso económicos.
Fue en ese momento de frustración, angustia y, por qué no decirlo, miedo, en el que sentí fuertemente la presencia de Dios y agradecí su compañía. Él me hizo mirar nuevamente hacia esos árboles sin hojas que parecen secos y me sugirió: ellos no van a morir, ellos esperan una nueva primavera en la que darán follaje, flores y frutos, porque yo soy el Señor y yo los mantengo con mi providencia.
Un sentimiento de esperanza inundó mi corazón y mi mente y me alegré. Pero al mismo tiempo me puse a pensar cuál sería esa nueva primavera de la que el Señor me hablaba, ¿será que se refería hasta la llegada de su Reino? ¿o será que me estaba diciendo que podemos hacer algo por resolver esas situaciones?
Generalmente, cuando platico con la gente, siempre escucho la esperanza de que la situación cambie. Me doy cuenta de que es una gran mayoría la que quiere el bien y que sin duda haría todo lo posible por evitar el mal.
Si esa gran mayoría nos comprometiéramos a rezar, a cambiar nuestras actitudes de violencia, a desear más las cosas de Dios y menos las terrenas, a enseñar a nuestros hijos el temor de Dios, las virtudes cristianas y no dejarse engañar por el dinero fácil o mal habido, entonces sí, aunque hubiera muchas personas queriendo hacer el mal nos aferraríamos a querer hacer el bien y la nueva primavera vendría para nosotros, logrando hacer cambiar los sistemas de nuestros gobiernos que son generalmente los más afectados por la corrupción.
Estos árboles dieron una respuesta de esperanza a mi corazón y me dijeron que hay que estar firmes y rígidos, esperando a que el invierno acabe, que aunque se siente la fuerza del frío éste no puede apagar la esperanza de que el Señor está con nosotros y que con nuestro esfuerzo humano podemos hacer un nuevo mundo en el que more la justicia, la paz y la solidaridad.
Aprendamos a vivir cristianamente, nuestro mundo necesita de testigos vivos que verdaderamente manifiesten que se puede hacer algo en el invierno de esta sociedad.
El Padre Julio Dominguez es Vicario Episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.