Continuamos con la segunda parte de la meditación del Evangelio de San Lucas 24:13-35. Después de salir al encuentro de sus discípulos, les da una explicación de todos los textos de la Escritura que se referían a Él. Vemos como Jesús usa la Biblia y la historia del pueblo de Dios para iluminar el problema que hacía sufrir a los dos amigos, y para aclarar la situación que ellos estaban viviendo. La usa, asimismo, para situarlos dentro del proyecto de Dios que venía de Moisés y de los profetas.
Y así les muestra que la historia no se había escapado de la mano de Dios. Jesús usa la Biblia no como un doctor que ya sabe todo, sino como un compañero que va a ayudar a los amigos para que recuerden lo que habían olvidado. Jesús no provoca un complejo de ignorancia en los discípulos, pero procura despertar en ellos la memoria: “Cuanto les cuesta creer todo lo que anuncian los profetas”.
Nosotros, con la ayuda de la Biblia, debemos ayudar a las personas a descubrir la sabiduría que ya existe dentro de las mismas, y transformar la cruz, señal de la muerte, en señal vida y de esperanza. Aquello que les impedía caminar, se vuelve ahora fuerza y luz en la caminada.
Que maravilloso sería poder estar en ese momento en que nuestro Señor Jesucristo fue recorriendo todos los pasajes que se referían a Él en las Escrituras.
De un momento de duda, nuestro Señor se aprovecha para darles un resumen completo de lo que ya venía escrito de Él y que estos discípulos, al igual que muchos otros, no habían entendido que era precisamente el plan de la voluntad del Padre que el Mesías padeciera.
Desde la promesa en el proto-evangelio con la promesa del Mesías, comenzando con Abraham y pasando por los profetas, les fue explicando uno por uno los pasajes que se referían a Él.
Les reafirmó que estaba escrito que el Mesías tenía que padecer y sufrir, pero también tenía que resucitar al tercer día de entre los muertos.
Les echa en cara su dureza de corazón y su falta de fe y de esperanza por no conocer las Escrituras. Señor, eso mismo nos lo dices hoy, pues nos decimos cristianos y desconocemos completamente las Escrituras.
Los seres humanos somos así, nos desanimamos fácilmente ante las dificultades de la vida. Si encontramos una cruz en nuestros caminos inmediatamente tomamos el camino de la retirada, lejos del dolor y del sacrificio. No hemos entendido que tu promesa de vida eterna implica pasar por el momento de la cruz y que, para ser verdaderos discípulos tuyos, necesitamos con todo nuestro corazón aceptar los momentos de cruz que vendrán a nuestro camino. Tú fuiste muy sincero cuando nos dijiste: “quien quiera ser mi discípulo, tome su cruz y sígame”, por desgracia son pocas las almas que entienden el valor redentivo del sufrimiento.
El Señor nos invita a tomar las Escrituras, a escudriñarlas de principio a fin para poder entenderte mejor y poder encontrar el camino perfecto hacia la salvación.
Una de las cosas más bellas que nos muestra el Señor, es que, aunque hubo dolor en tu vida también vino el momento de la Resurrección. Nos reafirma que era necesario que padeciera por nuestra salvación, y allí tenemos que encontrar nosotros el modo por el cual también resucitaremos con Él.
Uno de los grandes reclamos que nos hace el Señor en las Escrituras es el no conocerlo, San Juan Bautista lo proclama proféticamente cuando dice: Con ustedes está y no le conocen. Es necesario para todos nosotros los cristianos, volver a las Escrituras y permitir que nos hable nuevamente.
Señor, que no seamos tardos a tu voz, que escuchemos tus palabras suaves y hermosas que taladran nuestra alma para poder responder con un estilo de vida que nos lleve a la santidad. Que tu Santo Espíritu que es el autor e inspirador de las Escrituras haga arder nuevamente en nuestros corazones ese fuego que hizo arder en los corazones de sus discípulos el fuego de su amor, como preparación a saberte reconocer en la fracción del pan.
Ese fuego que descendió sobre los apóstoles en el día de Pentecostés y les dio fuerzas para salir sin miedo a predicar el Evangelio y sobre todo a testimoniarlo con una vida santa, llena de buenas obras, acciones y palabras.
Ese fuego, que sigue incendiando a la Iglesia para que nuevos movimientos nazcan, renueve el fervor en los fieles laicos que quieran seguir llevando la buena nueva a todas las naciones.
El Padre Julio DomÍnguez es Vicario Episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.