Me pidieron que escribiera una reflexión cuaresmal. Creo que no soy la mejor candidata para esta tarea pues ni siquiera me gusta que me pongan la ceniza en la frente. Sinceramente, el Miércoles de Ceniza estuve deseando quitármelas. Nunca he profundizado en el por qué de esto. Simplemente no me gusta la ceniza en la frente.
Estamos a la mitad de esta poderosa temporada de Cuaresma ¿Qué tengo para ofrecer como reflexión? Este es el momento en el que muchos de nosotros miramos hacia atrás, hacia nuestros sacrificios “fallidos”, y hacia la semana más apasionante de nuestro año eclesiástico. Yo ni siquiera puedo mantener durante 40 días mis sacrificios de “renuncia”. ¿Cómo voy a caminar estas próximas semanas sincera e intencionalmente junto a Jesús mientras se acerca a Jerusalén?
Cuando era una monja joven, siempre abordaba la Cuaresma con entusiasmo. Hacía una lista de los sacrificios a los que renunciaría. Hacía también una segunda lista de las acciones que emprendería durante la Cuaresma para ayudar a los demás. Me encantaba la Cuaresma. Vivir en un convento con otras monjas que hacían el mismo tipo de sacrificios y buenas obras lo hacía mucho más fácil.
Ahora soy una monja vieja, muy feliz, pero vieja. Quisiera pasar este tiempo santo en conversión y arrepentimiento, pero las cosas han cambiado en estos años. La vida se ha vuelto mucho más compleja, incluso para una monja feliz.
Yo he cambiado. He perdido a mis queridos padres y a varios amigos íntimos. Mi corazón se rompe mucho más fácilmente estos días, especialmente cuando la gente comparte su tristeza, sus penas en la vida, sus preocupaciones por sus hijos, sus temores por lo que el futuro depara a sus nietos y muchas cosas más.
Las lágrimas brotan mucho más libremente a medida que escucho con más corazón. He luchado contra el cáncer, no tan gloriosamente, y tengo una lucha diaria y permanente con la linfedema (Nota de redacción: Linfedema es la hinchazón que causa la acumulación de líquido linfático en el cuerpo. Generalmente ocurren en brazos o piernas). Soy fuerte y débil al mismo tiempo. Soy más consciente de las abundantes bendiciones que Dios me da cada día, de las buenas personas que ha puesto en mi vida y, sobre todo, de su tierno cuidado de mí.
Deseo de todo corazón terminar la Cuaresma en buena forma. Pero hay veces que siento que me aferro al pie de la cruz y me arrastro hacia la Pascua en lugar de mantenerme valientemente erguida acompañando a Jesús en su camino hacia la cruz.
A estas alturas de la Cuaresma, mis sacrificios y mis buenas obras se determinan ahora sobre todo a diario, y responden a las necesidades de las personas a las que sirvo cada día. Me doy cuenta que dedico más tiempo de mi oración diaria a pedir a Dios que me guíe ese día hacia donde sea más útil para sus propósitos.
Sí, como tantos, voy a terminar esta Cuaresma por la gracia de Dios. Tal vez de rodillas y con lágrimas en la cara, pero cojeando agradecida hacia la Pascua con un corazón más blando, con un poco menos de ego y una pasión para la misión renovada y convertida. Todo por la gracia de Dios.
Y tú, ¿cómo vas a terminar la Cuaresma?
La Hermana Juana Pearson es asistente del Director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.