Con gran alegría puedo ver que en muchas parroquias se están realizando numerosas confirmaciones este año. Tan solo en una de ellas hubo 350. Cómo me gustaría que este mensaje pueda llegar a las manos de cada uno de ellos para animarlos a decirle sí a Cristo con toda la intensidad que el alma movida por el Espíritu Santo puede ser capaz.
Al igual que los apóstoles en la primera comunidad cristiana, hay una necesidad tremenda en nuestros días de que más y más personas reciban los dones del Espíritu Santo y los vivan, para así poder crear ese gran ejército de Cristo que sea capaz de combatir y dar testimonio en este mundo cada vez más secularizado y alejado de Dios.
Cada uno de los dones que el Espíritu Santo nos da tiene una función importante en nuestra vida diaria.
La sabiduría inspira a cada hombre a saber que comportamiento tomar en cada situación de su vida, siempre buscando cumplir la voluntad de Dios. Inspira al buen cristiano a la caridad a Dios y al prójimo.
La inteligencia ayuda al hombre a poner su mirada en Dios y a entender muchas de las grandes verdades reveladas por Él.
El don de consejo nos ayuda a saber decidir con acierto, aconsejar a otros fácilmente y en el momento necesario, conforme a la voluntad de Dios. Utiliza la prudencia en su actuar.
La fortaleza es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, dándole una fuerza sobrenatural que ayuda en la perseverancia para dar testimonio de la fe en las diversas situaciones de la vida.
El don de ciencia nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas fieles que saben escucharlo.
El santo temor de Dios es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que todo lo debemos a la misericordia divina.
Si vemos con atención estos dones venidos de Dios, dados gratuitamente en la confirmación y potenciados por el buen cristiano que los pide continuamente y los practica, ellos nos ayudan a vivir una vida anclada en Dios y a tener muy presente las realidades eternas en nuestro diario vivir.
La vida de santidad debería ser el principal motivo de acción de cada ser humano. El Espíritu Santo ciertamente desea nuestra santificación y nos quiere dar toda esta gracia para que podamos ir subiendo los peldaños de una vida más y más cercana a Dios, cumpliendo con nuestros deberes de caridad.
Que la paz de Dios habite en tu corazón y te haya dado esa plenitud tan especial del Espíritu Santo para ser testigo de Cristo en este mundo tan necesitado de verdaderos cristianos que brillen por la autenticidad y coherencia de sus vidas, siendo así verdaderos discípulos del Señor.
Que el Espíritu Santo traiga a tu corazón todo este entusiasmo espiritual, para que puedas alcanzar la vida eterna y cumplir en el mundo la misión por la cual Dios quiso crearte. Que al presentarte delante de Dios en tu vida diaria puedas repetir con Cristo: “Todo está cumplido”.
¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!
Padre Julio Domínguez es vicario episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.