Al acercarse el tiempo de las ordenaciones no puedo más que sentirme un poco nostálgico al recordar mi propia ordenación al sacerdocio. Indudablemente Dios me ha guiado desde mis principios en mi hermoso pueblo de Ixtlahuacán del Rio, Jalisco, México hasta llegar a esta gran Diócesis de Charlotte. Mi vida ha sido una constante migración de lugar en lugar. Creo que Dios ya me estaba preparando para lo que sería parte de mi vida como sacerdote.
Aún recuerdo la primera vez que nos mudamos desde el rancho a la ciudad de Guadalajara.
Con el primer cambio vino el primer llamado, pues al llegar a la ciudad me comencé a preparar para la primera comunión e inmediatamente después me convertí en un monaguillo o acólito. Si bien, en ese momento, me dio miedo el pensar en ser sacerdote, el servicio en la iglesia se convirtió en algo que disfrutaba bastante y el cual me dejaba siempre con un sentimiento de paz y tranquilidad.
Antes que me diera cuenta, ya estaba celebrando mi confirmación y formando parte del grupo de adolescentes, siendo voluntario como lector y ayudando con las diferentes actividades en la iglesia. Un tiempo después, ya estaba participando en el grupo de jóvenes y siempre me encontraba pasando tiempo y conversando con los sacerdotes de mi parroquia.
La segunda migración fue a Estados Unidos y con ella llegó la búsqueda del Sueño Americano. Pero aún cuando me encontraba sumergido en mi trabajo, Dios no cesaba de poner la idea del sacerdocio en mi mente y corazón. Dios tiene sus maneras, y unos años después me encontré viviendo un retiro de Emaús y reflexionando en lo mucho que me había alejado del servicio a la iglesia. El retiro me trajo un sentimiento de plenitud que me movió nuevamente a la posibilidad de pensar otra vez en el sacerdocio.
Después de conversar por un tiempo con el Padre Julio Domínguez, me animé a entrar al seminario. Ello me llevó a vivir a Columbus, Ohio, por cuatro años y a Roma, Italia, por otros cuatro. Tras esfuerzo y sacrificio, me encontré frente al altar dándole gracias a Dios por la grandiosa oportunidad de servirle como sacerdote.
Siempre me sentí incapaz, indigno y sin los talentos necesarios. Con el tiempo me di cuenta que no tenía que ser perfecto para seguir a Dios y que incluso en mi imperfección Dios me daría lo necesario para lograr grandes cosas.
La ordenación fue un momento increíble del que todavía sigo saboreando sus frutos. Con fe en su Providencia he aceptado su llamado.
Como un sacerdote polluelo que apenas está saliendo del cascarón, sigo confiando y aprendiendo mucho para seguir mejorando en mi ministerio.
Padre Miguel Sánchez es vicario de la parroquia San Mateo en Charlotte.