Mucho y con bastante frecuencia se habla de la convivencia en los diferentes estratos de la sociedad. En donde quiera que haya un grupo de personas que interactúan o tienen oficios o quehaceres en común: grupos, asociaciones, fundaciones organizaciones, etc., uno en especial es la familia, el grupo familiar.
En el ejercicio de la convivencia, en el mejor y más profundo sentido y práctica de la misma, la familia es de las instituciones más necesitadas, pues es ella la célula indispensable para la formación del tejido social, ya que sin familias no habría pueblo, barrio, ranchería, comarca, vereda, aldea, ciudad, iglesia.
Cierto que normalmente se piensa que donde hay familia hay convivencia. ¿Será esto cierto hoy día después de tantos atentados en busca de la división, rompimiento y destrucción de la institución familiar? ¿Verdad que no? Ya es común ver que la convivencia familiar está muy rota, hay muchos distractores que la provocan, en especial difundidos por los medios postmodernos de comunicación y de alta tecnología. Muchos de estos distractores actúan como anestésicos, los cuales hacen que no se sientan los vacíos, incongruencias, olvidos, discusiones innecesarias, enfrentamientos, indiferencias, etc., que se quedan sin solución y siguen afectando la convivencia de la que estamos hablando.
Por ejemplo, nos entretienen con programas desprovistos de verdaderos valores humanos y llenos de cosas sin sentido, fantasías y elementos fútiles que nos sacan de la situación real en que vivimos. Una vez que pasan, nos vemos inmersos en la rutina dañina frente a la hermandad, afectividad, alegría, relaciones paternales y filiales, una rutina que acelera el rompimiento de los lazos familiares.
Visto esto bajo la lupa cristiana, a la luz de la fe, es una situación que tiene que ser recuperada, reactualizada, fortalecida con una visión y práctica de la convivencia cristiana fundamentada en el respeto por la dignidad humana, el respeto por el otro, el deseo de estar y convivir con los otros en un ambiente de paz y alegría. Un ambiente en donde reine el amor y el perdón, valores fortalecidos por la oración y la frecuencia sacramental.
Hay un dicho muy latino que dice: “familia que reza unida, permanece unida”. El rezar, orar en familia, fortalece los lazos familiares y abre los espacios a la solidaridad y a la convivencia. Ayuda a deponer los bajos instintos, la pereza, el odio, la indiferencia, y fomenta el acercamiento y el deseo de vivir juntos, llenando espacios vacíos y recortando distancias.
Esto no se difunde fácilmente en los medios sociales de comunicación hoy. Esto no da buenos rendimientos económicos, como si los dan la farándula, los eventos masivos del desorden y los programas de relleno.
Tenemos que animarnos a recuperar la convivencia familiar con un fuerte acento cristiano. No es difícil ni imposible, el Señor nos da los medios y los encontramos en la Iglesia. Necesitamos recuperar la verdadera convivencia familiar para que desde dentro genere valores humanos y cristianos y vaya restaurando el tejido social.
Que la santísima Virgen María, Madre de Dios, interceda para que volvamos al hogar de Nazareth, modelo del hogar cristiano.
Darío García es diácono y coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Hickory.