El origen de la celebración se remonta al 12 de diciembre de 1531, cuando la Virgen María se apareció a Juan Diego por cuarta vez en el cerro del Tepeyac, actualmente un lugar representativo para los católicos. De acuerdo con las tradiciones populares, Juan Diego, nativo de Cuautitlán, iba en busca de la doctrina y la Eucaristía, y también ayuda para su tío, quien se encontraba enfermo. La Virgen de Guadalupe se apareció ante el hombre humilde junto al “Pocito” y le dijo que fuera con el obispo y, luego, que su familiar ya estaba sano.
La conmemoración que se hace cada año no puede olvidar el maravilloso encuentro del indígena con la madre del cielo. Un encuentro lleno de amor, petición, envío, milagro y sanación.
La celebración debe contener un reencuentro en el cerro del Tepeyac con la “Morenita”, para verla radiante, hermosa, para escuchar su voz, su pedido de construir Iglesia, su envío a la autoridad eclesiástica junto con la petición, su expresión del amor al pueblo de Dios en el trato con el indígena, su representante más original, y su protección a los pobres en la persona del tío de Juan Diego.
Celebrar el 12 de diciembre es revivir el acontecimiento, el encuentro, la visita de la Madre a su pueblo.
Es día para recordar sus palabras “¿no estoy yo aquí que soy tu madre?”, celebrar que ella siempre esta intercediendo por todos nosotros, cuidando de la Iglesia fundada por su Hijo. Celebrar con profunda devoción a la Madre del Hijo de Dios con una fe cierta puesta en Él, expresando en la Eucaristía nuestro amor a ella y a través de ella al Señor Dios
Todopoderoso. Vivir esta sentida experiencia en familia, peregrinando cantando, llevando ofrendas. Vivirla superando la sola manifestación externa, la sola presencia porque es su día, sino conmemorarla con verdadero sentido de fe.
Participar de la festividad con la intención de hacerla sentir propia de todo lugar y, especialmente de todos los corazones en los que late la verdadera fe en Dios y la especial devoción a su santísima Madre. Es celebración del pueblo de Dios en honor a la siempre virgen María, para que se extienda por todo pueblo y lugar. No podemos celebrarla con espíritu egoísta pensando que es mi fiesta y que soy muy mariano, que la virgen es todo para mí y que es la gran fiesta del año. No, debemos celebrarla como hermanos y con todos.
Celebremos peregrinando, cantando, llevando presentes, compartiendo con el prójimo y poniendo en la Eucaristía las gracias que debemos al Señor por los beneficios recibidos, y las que recibimos de Él por la intercesión de la virgen, para que la verdadera devoción sea vivida por muchos en diferentes lugares.
Que nuestras parroquias sean la casa de la Morenita y nuestras casas, donde vivimos en familia y somos sus devotos, sean también la casita del Tepeyac.
Nuestra Señora de Guadalupe, Virgen Morena, ruega por nosotros.
El Diácono Dario Garcia es coordinador del ministerio hispano del Vicariato de Hickory.