¿Cuándo fue la última vez que realmente te sentiste “maravillado”? Por definición, el estar maravillado es un hábito de asombro, de reverencia y curiosidad. A veces el asombro surge de forma natural, como cuando ves un glorioso amanecer o una estrella fugaz. No es tan fácil experimentar asombro ante las cosas simples y ordinarias como doblar la ropa, rastrillar las hojas, etc.
A diferencia de las virtudes en las que gradualmente “crecemos”, es decir, humildad, prudencia, templanza, el asombro parece ser la virtud que tristemente “dejamos atrás”. El Adviento es una gran temporada para reavivar la olvidada virtud del asombro.
Una fotografía, que es una de las favoritas de mi familia y que está llena de asombro, acompaña esta reflexión. Fue tomada poco después del nacimiento de mi hija. Fue prematura y pasó semanas en el hospital. Después de varios días de confusión y alteración en sus vidas, los hermanos mayores finalmente pudieron ver a su hermana pequeña. La foto captura su primer encuentro.
Si has olvidado cómo es maravillarse, vuelve a mirar la imagen.
Hasta ese mismo día, los niños vieron a sus padres yendo y viniendo del hospital. No lo entendían del todo. No fue hasta que llegaron al hospital que experimentaron de primera mano la gravedad de la situación, pero al mismo tiempo se llenaron de alegría al presenciar este pequeño milagro de la vida. En su mirada, incluso podría haber un atisbo de asombro y reverencia, ya que su ADN despertó en sus corazones las mayores responsabilidades que pueden surgir al llevar ahora el título de “hermano mayor”.
Esta podría ser la misma sensación de asombro que sintieron los pastorcillos al llegar al pesebre. Al contemplar al bebé, sus corazones se llenaron de asombro y deleite al darse cuenta de inmediato de que su estatus en la vida cambiaría para siempre. Esto también podría reflejar el mismo asombro que sintieron los Reyes Magos al llegar a su destino y ofrecer regalos al bebé recién nacido: un rey que cambiaría los valores del mundo.
Jesús vino como un niño para confundir las sensibilidades de los eruditos y los conocedores, es decir, tú y yo, y revelarlas a los niños. La puerta de entrada para adentrarse en estos misterios es el asombro. En realidad, el estar asombrado no está reservado sólo para ocasiones trascendentales, sino que es una virtud cristiana que debe ser alimentada y practicada en todas las situaciones de la vida.
Dedica un poco de tiempo cada día durante el Adviento a practicar la virtud de estar asombrado en momentos ordinarios y maravillosos. Recuerda que Emmanuel significa que
‘Dios está con nosotros’. ¡Qué hay más maravilloso que eso!
¡Bendiciones en tu Adviento!
El Diácono Scott Gilfillan es director del Centro de Conferencias Católico en Hickory.