El obispo Martin insta a las personas a tomar su cruz en el Viernes Santo

CHARLOTTE — Más de 200 fieles presenciaron el Viernes Santo cómo el obispo Michael Martin y otros miembros del clero se postraron en el suelo de madera de la Catedral de San Patricio, en un acto de humildad. El obispo les preguntó: “¿Cuál será su respuesta” a la crucifixión de Cristo?

“Me sentí abrumada, en el buen sentido,” dijo Loren Barrett, feligrés de la parroquia de San Gabriel. “Lloré desde el momento en que los sacerdotes entraron y se postraron en el suelo. Pensé: ‘¿Qué hemos hecho?’ No esperaba estar tan emocionada.”

La liturgia solemne del Viernes Santo, que comenzó a las 3 p.m. – tradicionalmente reconocida como la hora de la muerte de Jesús – dio inicio con la profecía del siervo sufriente en Isaías 52, seguida por el gran sumo sacerdote que puede compadecerse del hombre en Hebreos 4, y culminó con el relato de la Pasión del Señor según san Juan.

El mensaje del obispo Martin en el Viernes Santo exhortó a las personas a hacer dos cosas mientras contemplan la Crucifixión: reconocer el papel serio que jugamos en ella, admitiendo que fue nuestra culpa, y reconocer el don que podemos ofrecer al mundo a través de nuestras propias pequeñas crucifixiones.

En este día, dijo, “debemos sentirnos incómodos – esa es la naturaleza de la Crucifixión.”

“El crucifijo exige una respuesta,” afirmó. “De hecho, la demanda. No podemos simplemente sentarnos, arrodillarnos o permanecer de pie ante él. Es mucho más apremiante. ¿Cuál será su respuesta?”

Como explicó: “El crucifijo obliga a enfrentar la verdad. La verdad es mi caída, tu caída; nosotros hicimos eso. Esa es nuestra culpa. El hecho de que el Hijo inocente de Dios haya tomado sobre Sí la culpa, la carga y el sufrimiento, debería motivarnos a querer hacer lo mismo.”

Terminó instando a las personas a salir al mundo y ser crucificados, muriendo a sí mismos en el servicio a los demás.

El diácono Brian McNulty entonó las tradicionales 10 Súplica Solemnes del Viernes Santo mientras la congregación se arrodillaba, unida con millones alrededor del mundo en oración por la Iglesia, el papa, el obispo y el clero, los que se preparan para el bautismo, la unidad de los cristianos, el pueblo judío, los que sirven en cargos públicos y aquellos que no conocen o no reconocen a Dios.

El obispo Martin, los monaguillos y el clero se retiraron y regresaron momentos después con un crucifijo envuelto en un paño púrpura. Desde el fondo de la iglesia, mientras se cantaba “Este es el madero de la Cruz, en el que estuvo colgado el Salvador del mundo”, el obispo descubrió el crucifijo.

Con los mismos labios que usó para besar los pies de las personas en la Misa de la Cena del Señor la noche anterior, el obispo veneró la cruz, inclinándose y besando los pies de Cristo. Luego se formó una larga fila de mujeres, hombres y niños que reverenciaron la cruz con besos silenciosos, caricias y genuflexiones – algunos con lágrimas al arrodillarse – mientras el coro cantaba el himno “Crucem Tuam” y luego entonaba las “Improperios”, compuestos por el músico renacentista Tomás Luis de Victoria, finalizando con un himno de veneración llamado “Crux Fidelis” (“Cruz Fiel”).

El crucifijo de la catedral utilizado para la veneración en el Viernes Santo contiene una reliquia de madera de la cruz de Jesús, y algunos sintieron una bendición especial al besarlo con reverencia.

“Había algo allí, que nunca antes había sentido frente al crucifijo,” dijo Barrett conmovida. “Sentí tanta misericordia también, el que siquiera se nos permitiera estar allí en Su Presencia. Realmente me sentí como uno de Sus discípulos que lo traicionaron. Pensé: ‘La arruinamos’. Y la seguimos arruinando todos los días, pero Él nos deja intentarlo de nuevo. Sentí que no merecía estar allí, sólo por Su misericordia.”

Después de la veneración, las Hostias consagradas de la Misa de la noche anterior permitieron a la congregación recibir la Comunión en el único día del año en que no se celebra Misa.

El clero, con sus vestimentas rojas, y los monaguillos, con sus sotanas rojas, salieron entonces en silencio de la catedral, dejando a la congregación para reflexionar sobre su respuesta al crucifijo de madera, rodeado de velas encendidas sobre el altar.

— Lisa M. Geraci