CHARLOTTE — El Obispo Peter Jugis animó a la Promoción 2020 a dejar que el Espíritu Santo sea visiblemente activo en sus vidas, en un mensaje que pronunció durante una Misa privada de graduación, transmitida ‘en vivo’ el 28 de mayo desde la Catedral San Patricio, debido a las restricciones de salud pública por el COVID-19.
“Permitan que los frutos del Espíritu Santo sean notados por todas las personas que conocen”, dijo el Obispo Jugis a los graduados en su homilía, invitándolos a escuchar lo que el Señor les está pidiendo a través de los frutos del
Espíritu Santo, que incluyen el amor, la alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, generosidad, gentileza, fe, modestia, autocontrol y castidad.
“Qué poderosos testigos de Cristo serán con estos frutos”, dijo el obispo. “Dejen que la bondad de Cristo brille al vivir estos frutos del Espíritu que están dentro de ustedes”.
Kurt Telford, director de Charlotte Catholic High School; el Dr. Carl Semmler, director de la escuela secundaria Christ the King; y Debbie Mixer, superintendente asistente de las Escuelas Católicas, asistieron a la Misa de graduación.
Los Padres John Putnam, Noah Carter y Joseph Matlak, capellanes de las escuelas secundarias Christ the King, Bishop McGuinness y Charlotte Catholic, concelebraron la Misa con el Obispo Jugis.
Miembros de la Promoción 2020, profesores y personal de las tres escuelas secundarias accedieron a la transmisión ‘en vivo’ para participar virtualmente en la Misa de bachillerato.
El Obispo Jugis dijo a los graduados que seguían la transmisión desde casa que había estado esperando poder estar con ellos en esta Misa. “Estoy orgulloso de ustedes”, reconoció.
“Esta es una Misa del Espíritu Santo, y pueden ver nuestras vestimentas rojas que nos recuerdan el fuego del Espíritu Santo, esas lenguas o llamas de fuego que se posaron en Pentecostés sobre cada uno de los Apóstoles y la Santísima Madre”. El fuego del Espíritu Santo también nos recuerda “el amor de Dios que arde en nuestras vidas”.
“Desde el día de nuestro bautismo, ese Espíritu Santo nos está conduciendo hacia adelante en nuestras vidas de fe y servicio a Cristo”, dijo.
El Obispo Jugis elogió a los directores, capellanes escolares, maestros, personal, estudiantes y familias de las escuelas por hacer los ajustes necesarios para continuar aprendiendo en casa, para que los estudiantes puedan graduarse, a pesar que las escuelas están cerradas a clases presenciales durante la pandemia. “En esta Misa, pedimos la bendición de Dios sobre cada uno de ustedes y sus familias. Tengan por seguro que sigo rezando por ustedes”, dijo.
La Promoción 2020 está compuesta por 456 graduados. Bishop McGuinness en Kernersville tiene 82 graduados, Charlotte Catholic en Charlotte 309 y Christ the King en Huntersville 65.
— SueAnn Howell Y Kimberly Bender, Catholic News Herald
CHARLOTTE — Siguiendo el ejemplo de Juan Carlos, su hermano mayor, José Pablo Hernández, estudiante de último año de Christ the King High School en Huntersville, logró graduarse en la Promoción 2020 y, tras ingresar a East Carolina University (ECU), espera con ansias iniciar su formación superior en Literatura.
José Pablo dijo estar “fascinado” con el hecho, pues “de chico pensaba que solamente llegaría a trabajar en la construcción. Las cosas pasan de volada y ya ves, ahora me estoy graduando”.
Al joven de 18 años, segundo de cuatro hermanos, Juan Carlos, Valentino y Carla de 20, 11 y 9 años respectivamente, no le tocó vivir una vida fácil. Su padre llegó hace veinte años a las Carolinas, procedente de Río Verde, San Luis Potosí, México, buscando un futuro para su familia. Después de 10 años su madre, Juana Hernández, pudo reencontrarse con su esposo y establecerse en el condado Mecklenburg, donde un 10 de mayo de 2002, en plena celebración del Día de la Madre, dió a luz a Juan Pablo.
“Hemos trabajado mucho como familia para tener lo que tenemos. Hemos tocado fondo hasta no tener donde vivir y levantarnos solamente con puro trabajo”, afirma Juana Hernández, por lo que les dice a sus hijos que “lo que les vamos a dejar de herencia el día que ya no estemos es la educación. Eso nadie se los va a quitar”.
TRABAJO Y ESTUDIO
“A nosotros nos tocó sufrir más o menos”, relata Juan Pablo. “Desde los 11 años empecé a trabajar en la compañía de servicios de construcción de mi papá. Por eso pensé inicialmente, de pequeño, que ese era mi futuro; pero a medida que avanzaba me di cuenta que podía llegar más lejos”.
“No me quejo”, añade, “en el momento no lo veía como lo veo ahora, pero sirvió para valorar la vida y lo que mi familia me brindaba con el esfuerzo de todos”. “No era un castigo”, explica, aunque a veces se sentía así “porque nos levantábamos siempre muy temprano los fines de semana”, dice sonriendo.
Su madre subraya que el proyecto de vida “es uno de familia”. En tiempo de escuela, de lunes a viernes, los hijos se levantaban a las cinco de la mañana para ir a la escuela. “Nos toma poco más de media hora para llegar a Nuestra Señora de la Asunción, donde estudian los niños más pequeños. Y para Christ the King es un poco más lejitos, como 45 minutos”.
Los sábados, antes de ir al trabajo, los “hombres de la casa se reúnen fuera para tomar desayuno. Luego van al trabajo y, por la tarde, asistimos a Misa. El domingo, a veces si hay que trabajar lo hacemos temprano por la mañana para luego pasarla todos en casa, juntos”, y añade que “es algo duro y cansado, pero tiene sus recompensas”.
“NO LA CAMBIO POR NADA”
Juan Carlos y José Pablo estudiaron en escuelas públicas. Luego, su madre preocupada por el rendimiento académico de Juan Carlos, lo transfirió a la escuela Nuestra Señora de la Asunción en Charlotte.
“Inicialmente el choque para él fue tremendo”, dijo. Pero había una razón especial para esta situación. En la escuela pública no se habían percatado que Juan Carlos sufría de dislexia. “Eran tantos estudiantes que allí podía escudarse, pasar desapercibido. En la Asunción me ayudaron con su caso, que no era tan severo, y mi hijo pudo salir, descubrirse y dejar de ser invisible”. Tal fue el progreso de Juan Carlos que hace dos años se graduó con honores y fue el Valedictorian de su Promoción.
Para José Pablo no hubo problema de adaptación, pero reconoce que en la escuela pública, “me da pena decirlo, pero me hacían sentir como avergonzado de mi origen, mi raza, mi color, mi tradición. Me sentía mal de llamarme José, porque eso ya significaba que era mexicano, que no hablaba bien el idioma, que era diferente a los demás”.
El llegar a la escuela católica significó un gran cambio. “Creo que mucha gente piensa que, al poner a su hijo en una escuela donde la mayoría es diferente a él, su hijo podría no sentirse cómodo, que anda en un lugar donde andan otras razas y se separan por grupos. La neta es que uno se siente más especial, y es porque tenemos la oportunidad de enseñar nuestra cultura. Ahora, en lugar de tener vergüenza de ser la persona que soy, la sangre que llevo, tengo orgullo y enseño mis tradiciones. Tengo mi cinto charro puesto, mis botas puestas donde caiga. Yo soy así y así va a ser siempre. No cambio mi escuela por nada”, subrayó.
No es necesario añadir que sus hermanos menores estudian también en una escuela católica.
LAZOS INDESTRUCTIBLES
José Pablo siente que llegado el momento se le hará difícil dejar la casa para ir a la universidad. “Mi mamá ha sido mi mejor amiga. Ella me ha ofrecido consuelo y consejo, se alegra con mis logros. Mi papá también me ha enseñado lo que es la vida. Les estoy agradecido a los dos”. Juana Hernández, por su parte asegura que ya con dos hijos fuera de casa se va a sentir “como un frijol en una charola, sola por completo”, pues el tiempo de familia los “ha pegado tanto que ahora si voy a sentir algo, ese huequito en el corazón cuando se vaya”, pero como madre reconoce que “para avanzar tienes que dejar”.
— César Hurtado, Catholic News Herald