La maternidad es un misterio. Desde el momento en que una mujer se entera de que está embarazada se pregunta qué tiene reservado Dios para la pequeña alma que alberga, y un mundo de posibilidades se abre frente a ella mientras coopera con Dios en Su acto de creación. Entre los católicos hay una especial vocación maternal que se configura muy de cerca con la Santísima Virgen María: la madre de un sacerdote.
Muchas madres de los sacerdotes viven y rezan los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos del Santo Rosario de manera única, imitando a María en su fidelidad, humildad y oración. Fomentan hogares llenos de fe donde sus hijos crecen y se acercan más a Jesús, el Eterno Sumo Sacerdote, y un día dedican formalmente sus vidas a ministrar a Su pueblo. Las alegrías, dicen estas madres, superan con creces las penas.
San Pío X pudo explicarlo mucho mejor cuando, por experiencia personal, dijo: “Una vocación viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de la madre”
De su santa madre Mónica, San Agustín, obispo y Doctor de la Iglesia, escribió una vez: “Lo que llegué a ser y lo que soy, se lo debo a las oraciones y los méritos de mi madre”.
A lo largo de los siglos, estos sentimientos han sido compartidos por innumerables sacerdotes que se convirtieron en santos, incluyendo a Juan Bosco, Bernardo de Claraval y Juan Pablo II.
Esto también es cierto hoy en la Diócesis de Charlotte. Recientemente las madres del Padre Andrés Gutiérrez, sacerdote misionero en Perú cuya familia pertenece a la Parroquia Nuestra Señora de Gracia en Greensboro; el Padre John Eckert, párroco de Sagrado Corazón en Salisbury; y el Padre Noah Carter, párroco de Santa Cruz en Kernersville, compartieron sus perspectivas sobre este llamado especial con el Catholic News Herald.
Los recuerdos y experiencias de estas madres fueron tan únicos como los hombres a quienes criaron, pero todas tienen en común una fe sólida en Dios y un amor profundo por Nuestra Santísima Madre.
“Las oraciones de una madre son muy poderosas para todos sus hijos y para cada vocación”, dice Martha, la madre del padre Gutiérrez. “Pruébalo y verás”.
El hijo intermedio de Fernando y Martha Lucía Gutiérrez dio a sus padres la sorpresa de su vida cuando los llamó un día para darles una noticia. Esperaban escuchar que se iba a casar, pero en cambio Andrés, de 25 años, les dijo que iba a convertirse en sacerdote misionero.
“Fue una sorpresa total”, dice Martha Lucía. A pesar de todas las señales en contra hasta ese momento, ahora entiende que él había estado discerniendo durante mucho tiempo.
Marta Lucía nunca alentó abiertamente el sacerdocio, pero los Gutiérrez consagraron su familia, incluyendo a cada uno de sus tres hijos, a Jesús a través del Inmaculado Corazón de María.
Nacido en Colombia, el futuro Padre Andrés Gutiérrez se mudó a España con su familia cuando tenía 2 años y vivió allí durante siete años antes de que la familia se mudara a Florida. Marta Lucía se encargó de hacer de su hogar uno lleno de fe.
“Yo animo a los padres a motivar a sus niños a la vida religiosa. No tienen que ser sacerdotes, solo fomentar la vida espiritual en casa”, dice Martha. “Siempre tuvimos un pequeño altar con la Virgen, un crucifijo, flores y agua bendita. Lo hicimos parte de nuestra vida cotidiana tanto como pudimos. Cuando haces eso, creo que ellos también lo hacen suyo”.
Las semillas de la vocación del Padre Andrés fueron plantadas en la universidad, cuando realizó un viaje misionero de tres semanas a Cusco, Perú. Sin embargo, su discernimiento continuó lentamente. Terminó la universidad con una maestría, comenzó a trabajar para Intel Corporation en Arizona y tuvo una novia buena y muy católica.
Comenzó a hacerse preguntas sobre el llamado de Dios hacia él y finalmente decidió estudiar para el sacerdocio. Fue ordenado en Perú para la Arquidiócesis de
Cusco en 2015, donde aún es párroco de la Iglesia San Martín de Porras.
Su madre insiste en que todo lo que hizo fue orar por cada uno de sus hijos. Dijo que a veces ser madre de un sacerdote la hace más consciente de sí misma.
“Otras personas piensan que tienes que ser diferente o especial, y no es cierto. Eres la misma, siempre”, dice.
De otro lado, el Padre Gutiérrez señala los dones especiales de su madre, especialmente en la forma en que nutrió y guió a todos sus hijos.
“Sin la ejemplar generosidad de mis padres, no sería sacerdote. En mi madre, eso se tradujo en una disposición ilimitada e incondicional de servicio a nosotros, sus hijos. Su única motivación y alegría era su familia”, dice. “También destacaría su sabiduría e intuición, que junto con la prudencia y la fe de mi padre, me llevaron especialmente a estructurar una visión personal del mundo basada en la fe y las virtudes y evitar muchos de los peligros inherentes al crecimiento”.
El Padre Gutiérrez dice nunca sintió que la fe fuera impuesta porque se vivió naturalmente.
“Ella siempre respetó claramente nuestra individualidad y creó un ambiente para el crecimiento saludable de nuestro libre albedrío. Creo que esto es bastante notable, ya que ahora veo lo difícil que es para los padres lograr este equilibrio. Dice mucho de mi madre y de la gracia de Dios obrando en ella”.
Aunque solo puede visitarlo una o dos veces al año, Martha Lucía dice que ella y Fernando, han podido ver al Padre Gutiérrez ofrecer Misa dominical online. Juntos, con frecuencia rezan el rosario y una novena por su hijo y su ministerio.
El Padre Gutiérrez dice: “Me embarqué en esta aventura divina a la edad de 25 años. No puedo dudar de que sus oraciones y sacrificios en silencio me han acompañado y sostenido en cada paso del camino que he dado. ¡Alabado sea Dios por las madres!”
Tan pronto como Kathryn O’Brien supo que su hija Cheryl esperaba un bebé varón, dijo, “¡Va a ser sacerdote!”
Tres años mas tarde, en 1984, ese pequeño niño, hijo de John Sr. y Cheryl Eckert, tenía listas sus defensas en un parque en Peoria, Illinois, cuando una niñita se le acercó y le dijo, “Johnny Eckert, voy a darte un beso”. El futuro Padre John Eckert la paró en seco y dijo, “No, voy a ser sacerdote”.
“Era una de esas cosas que él sabía desde muy joven”, dice su madre Cheryl. “De niño, siempre se comunicaba bien con los adultos y luego, a medida que crecía, podía comunicarse siempre con los niños pequeños. Era sensible a los demás y muy empático”.
Siendo el mayor de cuatro hermanos, el Padre Eckert siempre se sintió como en casa en la iglesia.
“Nunca, nunca hubo un momento en que hiciera las cosas sin interés, y mucha gente vio eso en él”, recuerda su madre. “En la parroquia a la que pertenecimos hasta que tuvo 10 años, el sacerdote asistente lo eligió para ser uno a quien le lavarían los pies el Jueves Santo, siendo muy extraño que eligieran a un niño. Ni siquiera tenía la edad suficiente para ser monaguillo”.
Al igual que la Santísima Virgen María, Cheryl guardó estas cosas en su corazón.
Aunque consideró ingresar al seminario después de la escuela secundaria, el joven John Eckert finalmente decidió ir a la Universidad de Saint Louis, donde tenía muchos amigos, incluida una novia. Obtuvo una doble especialización en ciencias políticas y comunicación, ocupando un lugar destacado en su clase.
“Tenía el mundo a sus pies. Podría haber hecho cualquier cosa o haber ido a cualquier parte, ese momento era decisivo”, dice Cheryl.
Aunque consideró la posibilidad de estudiar un posgrado, finalmente decidió ingresar al seminario y fue ordenado en la Diócesis de Charlotte en 2010.
“Estaba muy contento con la manera en que resultaron las cosas”, dice su madre.
La abuela O’Brien también estaba contenta.
El Padre Eckert dice que nunca se sintió presionado para ingresar al seminario, pero sabía que sus padres lo apoyarían.
“Yo bromeo diciendo que soy católico desde antes de nacer, desde el momento de la concepción, por la manera en que mis padres son y han sido”, dice el Padre Eckert. “Mis padres nunca nos obligaron a ir a Misa. Ellos nos hicieron desear ir a Misa. Era parte del aire que respirábamos, del agua que bebíamos. Fue un a buen ambiente para discernir el sacerdocio”.
El Padre Eckert se convirtió en párroco de la Iglesia Sagrado Corazón en Salisbury en 2014, y sus padres, que viven a 40 minutos en Charlotte, se convirtieron en parroquianos en 2016.
Al igual que la madre de San Juan Bosco, que ayudó a su hijo en su misión, Cheryl dona tiempo y talento a la misión de su hijo como contadora de la parroquia.
Con su importante experiencia empresarial, es un valioso recurso.
“Es bueno poder conversar con mi mamá. Sé que ella siempre me va a decir la verdad”, dice el Padre Eckert. “Ella ha sido de gran ayuda para navegar un tiempo en la parroquia en el que teníamos algunas deudas muy importantes. Contar con su generosidad como voluntaria ha sido increíble”.
Recientemente, se estableció en la parroquia el Apostolado de las Siete Hermanas. En este esfuerzo, siete mujeres se comprometen a realizar una Hora Santa cada semana dedicada a orar por su pastor. En los ministerios de este tipo, cualquier mujer puede ser “madre” de un sacerdote al adoptarlo espiritualmente en oración.
“Me siento muy honrado al ser apoyado de esta manera. Saber que tengo ese tipo de apoyo es simplemente hermoso”, dice el Padre Eckert.
“Me alegra que mi mamá se uniera a este grupo de mujeres en la parroquia. Al mismo tiempo, sé que ha estado orando por mí desde siempre. Estoy agradecido por ella todos los días”.
Desde los primeros días de vida del Padre Noah Carter la cruz ha estado cerca.
“En el hospital, unos 20 a 30 minutos después de alimentarse, se ponía cianótico y tenía problemas para respirar”, recuerda su madre, Holly Carter. “Así que, en ese momento, ofrecí que cualquier cosa, lo que fuera, lo que Dios quisiera de mí, lo haría. Oré: ‘Si salvas a este niño, lo pondré en Tus manos’”.
Los médicos colocaron al bebé Noah en un monitor de apnea para rastrear su ritmo cardíaco y respiración, y permaneció en él durante siete meses después del día de su nacimiento, que resultó ser el 14 de septiembre, la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
“Tenías que conectarlo”, recuerda Holly. “Si no estaba conectado a la máquina, tenías que sostenerlo”.
Al mismo tiempo de la desgarradora intervención médica, Greg y Holly Carter también vivían los alegres misterios en el nacimiento de su hijo menor. Mientras, Dios mantuvo la promesa de Holly en mente.
En ese momento, Holly era episcopal, pero se sentía atraída por la fe católica. Se convirtió tres años después del nacimiento de Noah porque quería criar a sus hijos en un hogar de una sola religión. La vida de Iglesia vino antes de cualquier actividad externa, e incluso antes de la escuela, cuando se necesitaron monaguillos para un funeral en su parroquia, San Bernabé en Arden.
“Era muy consciente de lo que mis hijos estaban experimentando y en lo que estaban involucrados”, dice. “Podrían elegir solo una actividad extracurricular fuera de la Iglesia”.
Al crecer, la familia leía los Libros de Sabiduría y Proverbios en casa, y el joven Noah ya mostraba un gran interés en la Misa a los 7 años. En la Misa de Vigilia de las 5:30, su madre tenía que pedirle que guardara silencio cuando recitaba todas las palabras de la Oración Eucarística junto con el sacerdote.
A medida que su hijo continuó mostrando interés en el sacerdocio durante su adolescencia, Greg y Holly lo ayudaron a explorar cómo hacer que eso sucediera.
“Tenía la sensación de que esto es a lo que Dios nos estaba llamando, porque un sacerdote no viene solo”, dice Holly. “Mi corazón estaba tan rebosante de gracia y plenitud sabiendo que eso es a lo que realmente sentía que podía ser llamado. Estaba tan feliz de que lo estuviera considerando seriamente y de que no tuviera miedo”.
El Padre Carter dice: “En las muchas conversaciones que tuvimos mientras crecíamos, mi madre era realmente la que me animaba a dar un paso atrás y realmente reflexionar sobre las cosas y orar por ellas antes de hacer nada. Ella era esa voz de la razón y la espiritualidad”.
Finalmente, decidió ingresar al seminario después de la escuela secundaria.
“Se graduó en junio, su padre lo llevó al seminario en julio y, en lo que a mí respecta, fue entonces cuando mi corazón tuvo que decir: ‘Lo entregué completamente a Dios y a la diócesis, y puse mi confianza en Dios y en la diócesis para cuidar de mi hijo’”, recuerda Holly.
Ese año, la sesión de educación de los seminaristas terminó el Día de la Madre, y Holly fue a recoger a su hijo y asistir a Misa. “Fue perfecto. Cuando conocí a los otros jóvenes, me alegré mucho de que los tuviera a su lado”, dice.
El Padre Carter fue ordenado diácono en Roma en 2013 y sacerdote en la Diócesis de Charlotte un año después. En 2019, se convirtió en párroco de su primera iglesia: Santa Cruz en Kernersville, donde sirve actualmente.
El padre Carter se mantiene involucrado en la vida de los miembros de su familia, incluidas sus jóvenes sobrinas. Cuando se trata de su madre, su vínculo trasciende la distancia.
Holly dice: “Observo sus manos y su rostro, y para mí, parece que tiene muchos de mis gestos. Tengo una amiga que va a Santa Margarita en Swannanoa, y ella está de acuerdo conmigo. Después que él fuera a hacer misión en su parroquia, ella me dijo: ‘Fue como si pudiera verte de pie detrás de él’”.
En esta vocación especial dentro de la maternidad, la madre de cada sacerdote también está detrás de su hijo en espíritu con la Santísima Virgen María. Como madre de todos los sacerdotes, María permanece presente con ellos en el altar, así como lo estaba junto a su Hijo al pie de la cruz, orando, consolando y regocijándose con cada uno de ellos durante todos los misterios de sus vidas.
— Annie Ferguson
La ordenación es una ocasión trascendental y solemne en la vida de los hombres llamados a ser sacerdotes. También es un evento importante para su familia, especialmente para sus padres. ¿Sabías que cada uno de ellos recibe un recuerdo especial de la ordenación de su hijo?
Su padre recibe la estola púrpura que su hijo usa cuando escucha su primera confesión después de la ordenación. Y su madre recibe la tela de lino que se utiliza para limpiar las manos del nuevo sacerdote después de ser ungido con el crisma sagrado.
El sacerdote presenta la tela, llamada manutergium, a su madre después de ofrecer su primera Misa. Ella lo guardará por el resto de su vida y, al morir, será enterrada sosteniéndolo en sus manos. Según la tradición, cuando la madre del sacerdote se presenta ante Cristo en su juicio, Él dice: “Te he dado la vida, ¿Qué me has dado?”. Ella entonces le entrega el manutergium y responde: “Te he dado a mi hijo como sacerdote”. El cielo será su recompensa.
Aunque perdida por un tiempo, esta tradición ha sido revivida entre los sacerdotes en los últimos años.
Holly Carter dice que guarda la tela de manutergio de su hijo en una caja blanca en forma de corazón y se ha asegurado de que su esposo Greg sepa dónde está.
“De vez en cuando, saco esa caja y simplemente la abro y la huelo. Estoy segura de que todas las madres sacerdotes hacen lo mismo”, dice con una sonrisa.
“Sabes, sería celestial ir al cielo en esa posición”.
Cheryl Eckert también tiene el manutergium de su hijo en un lugar especial, dentro de un joyero, y periódicamente lo saca para disfrutar del fragante aroma del crisma sagrado y reflexionar sobre el ministerio de su hijo.
Con una sonrisa radiante, Martha Lucia Gutiérrez añade que de vez en cuando ella también saca el manutergium de su hijo del lugar especial donde lo guarda.
“Te trae un sentimiento especial dice ella. “Me recuerda a su ordenación. Es una ceremonia muy conmovedora, porque se postra como cualquier otra persona en el mundo y se levanta como sacerdote. Eso es algo que mucha gente simplemente no puede comprender”.
— Annie Ferguson
CHARLOTTE — La Pastoral de Duelo de la Vicaría de Charlotte inició en enero un nuevo ciclo de acompañamiento a personas que atraviesan por un proceso de duelo debido al fallecimiento de familiares o amigos.
Cecilia Jiménez, coordinadora del grupo de voluntarios, dijo que el grupo dió comienzo a sus actividades el 26 de enero y que concluirán el 30 de este mes.
“Lamentablemente no es posible incluir nuevos participantes porque el acompañamiento es un proceso en el que debemos cumplir etapas y proteger la confidencialidad de las personas que nos confían sus problemas”, dijo Jiménez, detallando que a lo largo de todo este proceso, siguiendo un libro de trabajo, las personas son asistidas por un equipo de voluntarios certificados en este proceso de acompañamiento pastoral, junto con sacerdotes y diáconos.
La coordinadora explicó que el duelo es un proceso normal después de la pérdida de un ser querido. Durante el duelo se atraviesa por diferentes etapas y es muy importante que la persona que lo vive las pueda expresar racionalmente para afrontar el duelo de manera saludable.
La Pastoral de Duelo inició sus actividades en el último semestre de 2019, tras la visita de David Rodas Orozco, psicólogo colombiano que ofreció una capacitación de voluntarios en el Centro Pastoral de la Diócesis de Charlotte. En 2020, los mismos voluntarios recibieron entrenamiento especializado por el
Instituto Pastoral del Sureste (SEPI), para mejorar e implementar nuevos servicios a los que ya se ofrecían en el Vicariato de Charlotte.
Entre el segundo trimestre de 2020 y 2021, la pandemia de COVID-19 agudizó la necesidad de acompañamiento en el duelo de las personas, por lo que se ofrecieron sesiones online que reemplazaron a las reuniones presenciales. En nuestra comunidad se presentaron varios casos de personas que perdieron un gran número de familiares en un corto periodo de tiempo.
“Hasta el momento, el proceso de acompañamiento no se ha detenido”, dijo Jiménez.
NUEVOS ACOMPAÑANTES
Jiménez anunció que en mayo próximo se iniciará el entrenamiento de voluntarios para extender el servicio a otras vicarías de la Diócesis de Charlotte. “El Diácono
Eduardo Bernal, director de la Pastoral de Duelo, ha enviado una convocatoria a las diferentes vicarías para que ellos, como coordinadores, identifiquen a los los candidatos más aparentes dentro de las parroquias para hacer este trabajo, con la intención que las vicarías tengan su propio equipo y se extienda el alcance de forma importante”, dijo la coordinadora.
La Pastoral de Duelo del Vicariato de Charlotte, gracias al entrenamiento profesional recibido, ha elaborado un manual y cuaderno de trabajo que piensa compartir con los nuevos voluntarios en la próxima capacitación que proporcionarán.
“Esperamos un aproximado de 80 personas”, dijo Jiménez, quien es voluntaria de la Pastoral de Duelo por cuatro años.
“Todo este tiempo ha sido para mí ser un instrumento de escucha de quien más sufre, ser una gota en el desierto espiritual y anímico de la persona que sufre la pérdida de un ser querido. Me motiva mucho ver que la persona, cumpliendo un proceso, logra recuperarse y cómo en este camino se encuentra con un Dios que consuela, que los acompaña, que los ama”, anotó.
Si usted siente deseos de convertirse en voluntario de la Pastoral de Duelo, hágale saber su intención a su sacerdote o al coordinador del ministerio hispano de su parroquia. Ellos sabrán estudiar y canalizar su inquietud.
— César Hurtado