CHARLOTTE — Enedino Aquino y Darío García, diáconos permanentes de la Diócesis de Charlotte, cumplen este año 2021 diez y 35 años de ordenación diaconal, respectivamente. No queremos dejar pasar esta celebración tan especial sin dejar de agradecerles por su servicio, generosidad y dedicación por los fieles de los vicariatos que se encuentran a su cargo.
Estos años de ministerio no son tan sólo manifestación de la gracia recibida durante sus ordenaciones, sino también una expresión de su deber, responsabilidad, amor por la comunidad y fidelidad a Dios. Ellos dos son un reflejo de la misión de Cristo expresada en Marcos 10:45, “no vine a este mundo para que me sirvan, sino para servir a los demás”.
DIÁCONO ENEDINO AQUINO
Nacido en Tampico, Tamaulipas, México, el 21 de mayo de 1958, es el cuarto hijo de siete hermanos, tres de los cuales son producto de la relación de sus padres, Enedino Aquino Guzmán y Juana Silva Porte.
La fe, nos contó, le viene de sus abuelos. “Mi madre tenía que trabajar todo el día y nos veía ya tarde a la noche”, dijo, por lo que sus abuelos fueron los responsables de su crianza y la de sus hermanos.
“Mi abuela era la de la fe, era una mujer religiosa”, que no pudo estudiar, “pero tenía una fe muy grande y se aprendía de memoria pasajes de la Biblia. Iba todos los días a las siete de la mañana a Misa y hacía su Rosario a las cinco de la tarde”. Ella le enseñó a rezar y “sembró la semilla de la fe en mí’’, nos relató.
Monaguillo y luego miembro del grupo juvenil de su parroquia, al crecer dejó temporalmente la parroquia del Espíritu Santo a la que regularmente asistía.
Al comprometerse con quien luego sería su esposa, María Luisa Aquino, retornó a la Iglesia y, por motivos de trabajo, abandonó la escuela. Contando solo 16 años contrajo nupcias.
Su esposa, un año menor que él, y con la que tiene 4 hijos -Ana Luisa, Ruth, Gisella y Luis- se convirtió en la fuente de motivación para el progreso de nuestro diácono. Ella lo motivó a concluir sus estudios en la escuela nocturna, a regresar a la práctica de su fe y, cuando ya residían en Estados Unidos, a obtener el GED.
A finales de la década de los 80, con la idea de trabajar por algunos años y retornar a México, llegó a Carolina del Norte a trabajar inicialmente en el cultivo del tabaco, estableciéndose en Siler City, Sanford y posteriormente en Asheboro, desde donde pudo reclamar a su familia que había quedado en México.
Como migrante, conoció de cerca el trabajo duro que se realiza en la agricultura y las plantas procesadoras de pollo. También, con la experiencia de haber sido árbitro semi profesional en México, estableció la primera liga de fútbol hispana en el área.
Pero, desde su arribo a Carolina del Norte, buscó siempre congregarse en las iglesias católicas que ofrecían Misas en español. En Siler City se congregó en la Iglesia Santa Julia. “Yo ayudaba, éramos siempre muy poquitos. Nadie quería leer, pasar la canasta, inclusive un sacerdote americano me dió un librito para leer las homilías”, contó.
Ya en Asheboro, al congregarse en la Iglesia San José, conoce al Diácono Carlos Medina, quien lo invitó a participar del Cursillo de Cristiandad que significó un cambio radical y compromiso en su vida. Posteriormente, el Padre Vicente Finnerty, por ese entonces director del ministerio hispano diocesano, un 1 de septiembre de 1998 lo recluta como agente de pastoral a tiempo completo.
Desde ese entonces las jornadas de capacitación y la organización de retiros y otros eventos crecieron de manera importante en el vicariato a su cargo. “Con ellos crecí también yo”, dijo Aquino.
Invitado también por el P. Finnerty, tras cuatro años de discernimiento, se presenta como candidato al diaconado y es aceptado en un segundo intento.
Cuatro años después de intenso estudio en inglés, un idioma que no domina completamente, fue ordenado el 29 de enero de 2011, junto con otros cinco candidatos, por el
Obispo Peter Jugis en una Misa celebrada en la Iglesia San Marcos en Huntersville.
Desde entonces, es el servicio, el ver y oír la voz de Dios en sus hermanos lo que motiva la vocación de servicio del Diácono Aquino. “Es un fuego que no para de manifestarse y crece todo el tiempo dentro de mí”, dijo.
DIÁCONO DARÍO GARCÍA
Nacido en Sevilla, departamento del Valle del Cauca, Colombia, aunque de muy niño se trasladó a Belalcázar, es el menor de los siete hijos de Gerardo García y Oliva Ospina.
Nacido en un hogar católico, siguiendo el curso habitual de muchos jóvenes, Darío García se retiró de la vida de Iglesia muy joven, pasó “por todo lo que mucha gente no ha pasado” y fue protagonista de muchas experiencias, por lo que considera que es “diácono por la gracia de Dios y las oraciones de mi esposa”.
Sus estudios universitarios estuvieron dirigidos para obtener el título de maestro, y trabajó en esa ocupación por 32 años, “en todas las fases y niveles educativos”, en las ciudades de Belalcázar, Manizales y Pereira.
A los 24 años, después de cuatro años de noviazgo, contrajo nupcias con Adiela Restrepo, con la que tiene tres hijos, Adiela Silvana, Ángela Sabina y Moisés Darío.
Confiesa que el rol de su esposa en su vida es muy importante. “La mayor parte de lo que soy ahora se lo debo a ella, a sus oraciones y dedicación. Todo ese cambio grande que se me dió lo debo a Dios primero y luego a ella”, dijo.
Más tarde, “lo del diaconado aparece accidentalmente”, relató. “Yo era parte de un equipo de teatro y hacíamos la Semana Santa ‘en vivo’. Ella (su esposa) y yo éramos los actores principales”. Pero en una ocasión se presentaron unos seminaristas con un programa para trabajar con jóvenes. Ellos vieron que tenía madera para trabajar en el programa y me presentaron como candidato”.
Los años de formación para el diaconado son cuatro, “pero conmigo fueron ocho”, relató sonriendo, explicando que por una u otra razón el obispo, “me hacía esperar un año y otro más”.
Finalmente, el 30 de noviembre de 1986, el Obispo Darío Castrillón, Obispo de Pereira y ex presidente de la conferencia episcopal, lo ordenó diácono permanente y tomó, junto con su familia, el compromiso de acompañar, motivar y servir a la comunidad católica.
En 2004, con motivo de una visita a su hija, llegó a Estados Unidos, a Statesville, Carolina del Norte, donde su afán de servicio lo vinculó con la parroquia San Felipe.
En 2005, tras mantener algunas conversaciones con el ministerio hispano de la diócesis, y haber retornado temporalmente a su país de origen, se reintegra al servicio en
San Felipe y en 2006 concreta su contratación a tiempo completo como agente pastoral para el vicariato de Hickory.
Durante el tiempo de espera, casi un año, trabajó en factorías, lo que le “sirvió bastante para entender el trabajo duro que nosotros los migrantes llevamos a cabo en Estados Unidos”.
Para Darío García, “lo más bonito del diaconado es que uno está haciendo algo por la gente, animando a las comunidades al servicio. El trabajo nuestro es pastoral, estamos para trabajar en la promoción y asistencia a la comunidad. Tenemos bautizos y bodas, pero lo que más nos anima es estar con la gente, tratar que sean mejores y asistirlos cuando tienen dificultades”.
“Sin la fe en Dios, sin la devoción a la Virgen y sin la Eucaristía no somos nada”, concluyó.
— César Hurtado, Reportero