CHARLOTTE — El 21 de febrero de 1971, a pocos días de cumplir 26 años de edad, la señora Esperanza Prieto recibió por primera vez en su vida la tarea más sublime que Dios puede encargar a una mujer: la de ser madre.
Un año después, el 12 de abril de 1972, una nueva vida llegaría a la familia formada por Esperanza y Marcial Domínguez. El recién nacido, el nuevo vástago, a quien luego bautizaron con el nombre de Julio César, completaría la felicidad en el hogar junto a su primer hermanito, Luis Santiago.
Esperanza y Marcial habían contraído nupcias en Altamira, estado de Tamaulipas, zona costera del Golfo de México de donde son originarios. Apenas casados, siguiendo el deseo de mejorar su vidas, se trasladaron a Tampico, a poco más de diez millas al sur de Altamira, donde la familia tendría mayores posibilidades de progresar y crecer. Además, los padres y hermanos de doña Esperanza se habían mudado a esta ciudad y el nuevo matrimonio no estaría solo.
La familia, instalada en Tampico, vio crecer a sus niños bajo el amparo de Dios, siguiendo sus preceptos y enseñanzas. Los padres, trabajadores, amorosos y piadosos, siempre proveyeron de cuidado espiritual y material a Luis Santiago y Julio César.
“Mis hijos tuvieron una niñez de familia, rodeados por nuestro amor, el de mis hermanos, sus primos. Siempre juntos”, dice doña Esperanza.
Mientras don Marcial se desempeñaba como chofer, doña Esperanza se quedaba con los niños, trabajaba en las labores del hogar y también se las ingeniaba para buscar tareas que complementaran los ingresos de la casa. “A veces no alcanzaba, por los gastos de los estudios y todo, pero puedo decir que siempre, como familia, hemos tenido una vida buena”, asegura.
INIMAGINABLE
Lo que nunca imaginaría doña Esperanza, es que más adelante tendría que compartir el amor de su hijo Julio César con cientos, miles de otras personas a las que él sirve con amor paternal. Julio César, el menor, sería ordenado sacerdote por el Obispo Willian Curlin el siete de julio de 2003 junto a los sacerdotes Enrique González Gaytán y Matthew Ryan Beuttner. Julio César es nuestro Padre Julio Domínguez, Director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.
“César (como llaman en la familia al Padre Julio), siempre fue un niño al que no le gustaban las bromas pesadas. Mientras él siempre quería ir al Catecismo, su hermano no, lo que me reclamaba porque tenían que ir juntos”. La devoción de la familia por la Virgen de Guadalupe, pero “también por el principal, al que vamos a seguir sus pasos toda la vida, a Jesús”, marcó la vida del Padre Julio César Domínguez.
“Ya desde que era niño me di cuenta que mi hijo se animaba para el sacerdocio”, relató doña Esperanza. Tras mudarse la familia a una colonia de reciente formación en Tampico, “donde se puede decir que fuimos los fundadores”, llegó un sacerdote perteneciente a una congregación a la capilla donde la comunidad se congregaba para hacer oración. El sacerdote, con mucho esfuerzo y la ayuda de los vecinos, levantó la parroquia en donde instaló un altar de Adoración Perpetua, convirtiéndose el joven Julio César en uno de los adoradores nocturnos.
El ejemplo del sacerdote caló en el joven que ya cursaba estudios secundarios y en otros jóvenes de su misma edad. “Cuatro o cinco sacerdotes salieron de ese grupo”, asegura doña Esperanza.
“Cuando César terminó la preparatoria y llevaba cuatro semestres de universidad para convertirse en contador público, hizo un retiro. Al salir me dijo que había decidido ser sacerdote. Ya antes me parecía a mí que se inclinaba por eso y le había dicho a mi esposo que parecía que César iba para cura”.
Doña Esperanza, apoyando su decisión, le dijo que tomara en serio esa vocación, que luego no habría vuelta atrás.
SATISFACCIÓN
“Tener un hijo sacerdote es una alegría, pero a la misma vez es difícil. Lo extraño cada uno de mis días, pero siempre estamos comunicados al teléfono. Oro por él y todos los sacerdotes que están lejos de sus familias. Pero sé que está tranquilo, feliz con su trabajo y sus pensamientos. Siempre trato de ayudarlo, aunque sea con mis oraciones”, afirma doña Esperanza, quien lo ha visitado en varias ocasiones en Estados Unidos. “Lo triste es que cuando se ordenó, mi esposo no pudo estar con nosotros porque no llegó a arreglar sus papeles para obtener la visa de visitante”, nos dijo compungida.
“Estoy contenta porque he visto todo lo que ha hecho por ayudar a los latinos en Estados Unidos. Hay mucha gente que no conoce a Jesús y él trata de ser una ayuda para presentárselos. Eso me hace muy feliz”.
“Me da satisfacción que lo quieran y siempre se los encargo. Tiene muchos papás y mamás, muchas familias que lo quieren bien. Eso me llena de orgullo y sé que no está solo”, dice la orgullosa madre que espera, nos dice bromeando, ver a su hijo convertido en obispo. “Cada vez que le digo eso él responde ‘¡No, válgame Dios!, no por favor’”.
En este día de la madre, doña Esperanza sabe que recibirá el mejor regalo que le puede dar su hijo Julio César: una llamada telefónica.
Mientras, pide a todas las madres que apoyen a sus hijos que desean ser sacerdotes. “No podemos sino sólo estar a favor de una obra hermosa que
Dios realiza en nuestros hijos”, finalizó.
En la persona de doña Esperanza Prieto, Catholic News Herald rinde homenaje y desea un feliz día de la Madre a todas las mamás de nuestra comunidad.